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El tándem Romney-Rubio por Kathleen Parker
Lo estupendo de los comicios de Iowa es que, con independencia de a quién elijan los votantes en sus encuentros vecinales, en realidad no tendrá ninguna relevancia. Salir bien parado en los comicios de Iowa podrá granjear un programa de entrevistas (caso del ex candidato Mike Huckabee), pero los gustos de un puñado de estadounidenses pertenecientes a un subconjunto ideológico y dedicado de una formación política ideológica y dedicada no vaticinan una tendencia a nivel nacional. El futuro candidato se perfila aprisa.
Lo que plantea el interrogante también precipitado: ¿a quién va a elegir Mitt Romney como compañero de lista electoral? Se han dejado caer varios nombres, incluyendo el de Condoleezza Rice y el del senador de Ohio Rob Portman. El interés que pueda tener Rice no está claro y Portman, a pesar de sus cualidades personales y de sus credenciales electorales de ganar en estados indecisos, simplemente añadiría la coletilla a la campaña de Romney.
El último en incorporarse a la lista es el joven senador de Florida con legislatura recién estrenada Marco Rubio. Su experiencia política se asienta en: nueve años como legislador estatatal, incluyendo dos como presidente de la Cámara Baja de Florida; una enorme popularidad entre los activistas del movimiento de protesta fiscal Tea Party, que le enviaron al Senado para reemplazar al gobernador republicano, Charlie Crist; y origen cubano y, por lo tanto, con tirón entre los votantes hispanos. Es joven, acaba de cumplir los 40 y, nunca viene mal. Es gallardo. Pesa también el hecho de que Florida es un estado indeciso crucial, cuyo 22,5% de la población es hispana. Nadie es perfecto del todo y sus críticos citan un curioso hecho sobre el relato de sus padres. Rubio dijo que fueron expulsados por Castro cuando, en realidad, abandonaron Cuba antes de que el dictador se hiciera con el control de la isla. Rubio explicó también que su madre regresó a La Habana y que, durante un periodo de tiempo indeterminado, el régimen castrista no le permitió volver a EE UU.
Entre los cubanos que tuvieron que abandonar su patria con las manos vacías y los corazones rotos por culpa de los revolucionarios, la exageración de Rubio hizo mella. ¿Pero le inhabilita? No es probable. Se puede entender que tras haber crecido en el sur de Florida, donde el español es un idioma de uso cotidiano y la migración un rasgo central de la identidad de la minoría cubana, haya hecho propia la narrativa cultural genérica. En cualquier caso, es cierto que su familia abandonó la isla durante un tiempo de agitación social, y que su madre sufrió en primera persona la tiranía del nuevo dictador. Rubio sobrevivirá a la polémica. Puede que los demócratas utilicen el atractivo de Rubio entre los activistas del Tea Party –teniendo en cuenta el retrato que hacen los medios sobre los liberales paletos y racistas enrabietados– para argumentar que el senador de Florida no puede apelar a un espectro más amplio de votantes. Este razonamiento puede calar, pero sólo si usted no ha oído hablar a Rubio. El senador no es solamente el heraldo del contingente partidario de limitar las competencias del Estado. Muy en la línea de Barack Obama, él es un monumento al sueño americano. Como el presidente demócrata, habla a menudo del privilegio de ser americano y disfrutar de un derecho inalienable que permite que el hijo de un tabernero y una doncella de hotel llegue a senador del país. Estas cosas sólo pasan en América del Norte.
Pero, a diferencia de Obama, condena la retórica que enfrenta a una parte del pueblo contra la otra. Censura la idea de que a unos les va peor porque a otros les va mejor. En la última sesión del año en el Senado, Rubio desgranó una hoja de ruta de mano dura y compasión a partes iguales y que marida el conservadurismo de Reagan con el talante conciliador de Bill Clinton. Es una mezcla humana de optimismo insolente y realismo acuciante. Si no es un discurso electoral, debería serlo. Rubio señala tres obstáculos a la prosperidad: un régimen fiscal «demencial»; unas regulaciones complejas que tumban a la pequeña empresa, y una deuda nacional que supera el volumen de la economía. Obama heredó una mala situación económica, reconocía Rubio, pero, matemáticamente, el país está hoy en peor forma, con una deuda pública más elevada, un paro más alto y mayor pobreza. Reclamó un plan realista para reducir la deuda y el déficit que conducirá a una mayor prosperidad, lo que llevará a más empleo y se traducirá en más contribuyentes y, por tanto, mayor recaudación pública que destina, entre otras cosas, a financiar las infraestructuras y el programa Medicare de la tercera edad. No va a encontrar un republicano que discrepe de esta evaluación, pero tampoco encontrará a ninguno que pueda trasladar el mensaje con mayor pasión y una retórica menos divisiva. Así es el Rubio al que deben temer los demócratas, y con el que Romney está sin duda muy en sintonía.
Kathleen Parker
The Washington Post Writers Group
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