China
Giros copernicanos
Vivimos en un mundo pleno de confusiones generalizadas, de terrores planetarios menos visibles que durante los tiempos del equilibrio del terror de las dos potencias dominantes de la segunda mitad del pasado siglo. Porque se perdió la brújula del destino. Todavía no hemos asumido la interconexión planetaria y un movimiento bélico en un país como Corea del Norte puede desestabilizar por completo el panorama. No digamos Irán, más cercano a Israel, más prepotente, más enemigo de los EE.UU. Vivimos en un planeta Tierra que no acaba de acomodarse a los nuevos tiempos y contempla con miedo y admiración el crecimiento exponencial de China, tan alejada de la mentalidad occidental, convertida en un interlocutor real y, a la vez, fantasma. Le cuesta a Europa resituarse en este pandemonio y aún más a España que recibe a un tiempo drásticas órdenes del FMI, de la UE, de los EE.UU., defendiendo sin éxito, como otras naciones del entorno, la mínima independencia, el derecho a contradecirse, a tantear en estas oscuridades, llevados por un líder que ya no resulta carismático, sino un maestro de sonrisas sin sentido, superado su exagerado equipo de Gobierno por circunstancias e incapacidades. Se dijo en el pasado que el Gobierno acertaba cuando se corregía y lo hace tan a menudo, que hasta ha dejado de tener interés. En esta loca vertiente de la precipitación legislativa ya nadie será capaz de superarnos. Lo que se publica el lunes en el BOE sobre la capacidad de los ayuntamientos para endeudarse se corrige a las veinticuatro horas, haciendo buena aquella capacidad que tuvo en su tiempo Lope de Vega para pasar de la imaginación al papel una comedia en tan escaso tiempo. No es ésta la primera vez del cambiazo, hasta el punto de que resulta admirable la facilidad de contralegislar. Tal vez más allá de los Pirineos no admiren tanto las originalidades de este Gobierno, pese a la coherencia –sobre la que puede o no dudarse– de quienes defienden, sobre otros, valores sociales, aunque ello no impida bajar el sueldo de los funcionarios y congelar pensiones, entre otras anteriores ventajas sociales. Forman parte de las contradicciones aplaudidas por la comunidad internacional. Algunos cambios de dirección cabe calificarlos de giros copernicanos. Este astrónomo polaco fue quien introdujo el sistema heliocéntrico. Fue lógicamente condenado, porque era impensable que la Tierra fuera sólo un planeta secundario en el Universo. Nadie podía entonces imaginar el progreso acelerado de la ciencia y la indefensión de los pobladores ante ella. Por el momento no parece existir en el horizonte sustituto al deshumanizado capitalismo rampante que tiende a la destrucción de una sociedad cuyo bienestar se había concebido progresivo. La riqueza mundial está mal distribuida, pero se admitía como mal menor. Cuando el paro asalta nuestros propios bolsillos nada se nos antoja lógico. Conviene a todos que de forma decidida se tomen decisiones que el deseable consenso no ha logrado en largas conversaciones sobre galgos y podencos, sobre si treinta y tres días por despido improcedente (del imaginario empleo futuro), si la jubilación a los sesenta y siete años, si la flexibilidad laboral, si más tiempo cotizado para las pensiones y otras serias adaptaciones al glorioso siglo XXI. Hemos alterado alegremente formas de vida, destruido paisajes. Respiramos contaminación, la alimentación ya no es lo que fue; pero los desastres de hoy, resultado de la acción demoledora acelerada de los últimos decenios y la que se nos vendrá encima, hace pensar en la reflexión de aquellos primeros astronautas sorprendidos por la bella debilidad del planeta sin fronteras visibles, todavía azul, a su suerte, en la inmensidad del espacio. El desastre ecológico que están viviendo los EE.UU. por la explosión de una perforación petrolífera confirma la necesidad de una coordinación o un gobierno mundial, de unos controles que impidan que sigamos abandonando al hambre a un continente y medio, que sigan proliferando armas suficientes –aunque reduciéndose– capaces de destruir varias veces la vida planetaria. El tiempo ha ido acrecentando problemas que dejaremos como perversa herencia. Ni siquiera hemos podido afrontar una inesperada crisis desatada por grupos de seres humanos identificables. Tampoco hemos logrado en este rincón de la Europa feliz que las fuerzas políticas se pusieran de acuerdo sobre unas mínimas diferencias. Hemos desterrado hasta las formas y nos hemos embrutecido en las constantes contradicciones. Las diferencias que separan al partido del Gobierno de las de la oposición mayoritaria y minoritaria no parecen insalvables cuando la población asume aires de emergencia y nadie parece saber a ciencia cierta dónde se encuentra la salida del túnel. Pero los medios y las autoridades supremas han logrado crear, con sus incoherencias y promesas incumplidas, un pánico generalizado en la población que huye del consumo como del diablo. Habrá que recomponer el rumbo una vez se haya descubierto. Se sale de las crisis, pero cabe pensar que el mundo nuevo habrá cambiado más que sus pobladores.
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