ETA
Los que sí buscan la paz
Héroes anónimos que día a día arriesgan sus vidas por evitar que las de los demás terminen a manos de ETA. Familiares muertos en atentados contra sus cuarteles, rutina de mirar debajo del coche por si pudiera ser la última mañana en arrancarlo... La Guardia Civil ya ha perdido un total de 209 agentes, de los que 195 eran activos y 14 retirados, asesinados por la banda terrorista. Se sienten víctimas. Y no sólo de ETA. Consideran un «insulto» a su labor las «Conferencias de paz» o la representación de Bildu en las instituciones. Piden un cambio que haga justicia.
Antonio Salvá. Padre de la última víctima de ETA y candidato del PP al Senado por Gupúzcoa
«Me han traicionado jueces y políticos»
Aún recuerdo cuando mi hijo, tiempo antes del atentado, sufrió un accidente de moto y estuvo en coma 23 días. Entonces el neurocirujano no nos dio muchas esperanzas, pero gracias a sus hermanos y a los médicos salió del coma. El médico de la Guardia Civil decidió tras su recuperación darle un destino sin armas, y su destino fue Palma. El 30 de julio de 2009 nosotros pasamos de la esperanza al asesinato. A partir de ese día mi vida cambió completamente. Aunque tengo otros seis hijos, algo así marca para siempre. En estos dos años me he sentido traicionado por los que tenían que a ver velado por nosotros, por jueces y políticos. Desde entonces he sabido lo que es ser víctima. Me siento víctima de sentencias y de errores judiciales, de decisiones políticas. Víctima de aquellos que decidieron que Bildu era legal. Por todo ello he decidido presentarme en una lista electoral por Guipúzcoa, para que todos puedan escuchar mi voz. Agradezco mucho al PP que me haya permitido estar en la lista por el Senado como independiente, para así poder dar testimonio y que los vascos puedan ver lo que realmente es una víctima. Sí el mundo abertzale no cambia su forma de pensar, ETA seguirá siempre. Por eso no veo un futuro propicio con una pronta solución. Bildu se está creciendo políticamente y el Gobierno además les deja. Espero que si el Partido Popular llega al Gobierno toda esta situación cambie. Que cambie sobretodo la lucha en la justicia y sus decisiones. Que la justicia pueda ser lo más independiente posible. Que se aplique la ley de partidos en toda su exactitud, porque esta gente no rechaza la violencia ni la ha condenado ni la condena, sino todo lo contrario, todavía apoya a los presos de ETA. El fin de la banda armada llegará cuando dejen las armas, y lo más importante, cuando anuncien su disolución, no puede existir una escisión que diga que siga, porque será una trampa. Pero ante todo tienen que pedirnos perdón. Sino es así, esto seguirá. Ojalá los terroristas nos pida algún día perdón. Aunque creo que nunca llegará ese día.
Miguel Ángel Alambiaga. Guardia civil retirado. Sufrió un atentado el 26 de junio de 1989 en Llodio (Álava)
«Nos podían matar en cualquier parte»
Mi primer destino fue Irún. Estando allí, ya atentaron contra el acuartelamiento del que fuera mi destino, Llodio. El pabellón (vivienda) que estaba preparando para mi futura familia resultó seriamente dañado y me cuestioné si debía seguir con los planes de boda. Al final nos casamos en noviembre. Durante los siguientes meses no podíamos salir al pueblo, a mi mujer (y a todas) en los supermercados les hacían el vacío cuando había un atentado; en la ikastola, los niños lo celebraban con sus maestros, incluso nos fuimos de un bar porque nos empujaron. El día a día era terrible. ¿Dónde salir a pasear?, ¿dónde darle un abrazo a tu pareja fuera del cuartel?. Podía salir, pero ¿y si te ponían una bomba lapa en los bajos del vehículo?, ¿y si el ir a comprar el pan significaba que era tu última compra?. Eso sin hablar de cuando salías de servicio, ¡Cuántas patrullas se han «comido» un atentado destinado al acuartelamiento! Aquello era una ensalada de asesinos, y si con ellos no era suficiente, siempre estaban sus cachorros para quemarte el coche o darte una paliza. En el servicio todo era posible; podían estar esperándote en cualquier sitio. A un compañero lo esperaron en lo alto de un túnel de una autopista; en el mismo cuartel tampoco estábamos seguros… Desde la plaza de Llodio dispararon varios misiles contra nuestra sede o emplearon el alcantarillado del pueblo para desplazar la bomba de 500 kilos que pusieron en el cuartel y que acabó convirtiéndose en mi atentado. Nuestras parejas se quedaban angustiadas en casa, sin saber nada sobre nosotros hasta que regresábamos al cuartel; entonces no existían los móviles. La radio era lo único… Siempre con ella puesta, preguntando a los que cubrían las puertas del cuartel si había alguna novedad. Así que como guardia civil sólo puedo decir que es una provocación, un insulto que hablen de conferencias de Paz e intenten involucrar a mediadores internacionales. Al menos debemos evitar que los asesinos tengan más derechos que nosotras, las víctimas. ¿Tendremos que asistir a que al final ellos «queden cómo las víctimas» y nosotros como los verdugos?
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