Teherán

Tambores de guerra

La Razón
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Nunca deja de haber puntos inflamables en Oriente Medio, pero a veces el ruido de sables se intensifica. Es lo que sucedió el 3 de agosto en la frontera israelo-libanesa, justo en el cuarto aniversario de la guerra de 2006. El gran estallido, siempre acercándose, es el de un ataque contra instalaciones nucleares iraníes. La gran línea de fractura de la región es la que separa a suníes y chiíes. Es un enfrentamiento en rescoldo entre árabes y persas, pero Teherán tiene también aliados en el otro bando: Siria, mayoritariamente suní pero gobernada por elementos de una minoritaria secta chií, la alawí, despreciada por todo el islam y a la que los ayatolás han dignificado acogiéndola en su seno por conveniencia política. Luego está el partido de los chiíes libaneses, Hizbulá, con ejército y poderoso brazo terrorista. A ellos correspondería contraatacar e incluso adelantarse preventivamente en caso de peligro para Irán.
La cuestión es si el incidente fronterizo no se enmarca en esa estrategia de anticiparse a los acontecimientos, que hay que conectar con la reanudación de disparos de misiles contra Israel desde Gaza, donde Hamas es el cuarto elemento de la alianza. Muy parecido a lo de 2006. De ahí el estremecimiento general.
Transcurrida una semana la cosa no ha ido a más. Pudo ser una explosión de nervios, de punta por todas las partes. O un tanteo, al que Washington respondió con un sermoncito exhortando a ambos a la contención, mientras que Israel replicó con contundencia en el ámbito local. La pólvora se detecta en el ambiente. Oriente Medio se caldea y una pequeña chispa podría tener consecuencias fatales. En el fondo casi siempre es así, pero ahora bastante más.