Feria de Bilbao
El Puerto corrida de cante grande
- Las Ventas. 13ª de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de las ganaderías de Puerto de San Lorenzo, de muy buena presentación, buenos el 2º, 3º, 4º y 6º, corrida de gran nota. Se colgó el cartel de «No hay billetes». - El Cid, de tabaco y oro, estocada, descabello (silencio); bajonazo (silencio).- Sebastián Castella, de azul turquesa y oro, dos pinchazos, media (saludos); dos pinchazos, media (silencio).- Rubén Pinar, de azul pavo y oro, bajonazo (silencio); bajonazo (silencio).
Andaba Castella buscándole las vueltas. Vueltas y revueltas se le podía encontrar a un gran toro. Qué calidad. Segundo de la tarde para más señas. Intentaba el francés acabar con aquello, por la cara estaba a la captura del momento ideal para entrar a matar, cuando el toro lo arrolló y le podía haber hecho mucho daño con la fuerza y entrega que lo cogió. No había quien le gobernara justo ahí, cuando tenía carnaza, y más que nadie puso El Cid para quitárselo de encima. Se levantó raudo Castella, que tiene la raza adosada al alma, y por suerte había salido indemne. Ponía el punto y final a una faena de la que se esperó más. No había estado fino el francés con un toro que portaba un universo de nobleza y de calidad. Por abajo lo hizo todo, entregado al viaje al más allá que podía haber supuesto la muleta. Quedó la cosa en las medianías y en ese intento de circular que quería tapar lo que no se había cantado durante.
Afilados pitonesSe llevó después, en quinto turno, el único garbanzo negro del encierro. Único. Palabras mayores éstas. Y más si tenemos en cuenta que El Puerto de San Lorenzo lidió ayer en Madrid un señor corridón de toros. Espeluznantes las cabezas, afilados los pitones y enseñando las puntas al cielo, imponiendo pero sin querer asustar. Y además de esa presencia de foto, rompió a buena, a bravos algunos, a boyantes otros aunque la inercia de rajarse estuviera a la media vuelta. La corrida de la feria. Por lo menos hasta ahora. Y llevamos trece. Revés al número de la mala suerte. En bandeja de oro llevaban los astados el triunfo. Y en Madrid. El sueño pactado. No, no se crean. Silencio más silencio y quizá en algún momento nos quedamos en los aplausos. No más. Es más, nada más. Nunca llegó el faenón malogrado con la espada. Lo de la espada fue otro cantar (elogio al bajonazo en más de una ocasión) pero no apegado al triunfo. Que no. El sexto puso el listón más alto si cabe, porque bravo, rotundo y profundo se entregó a la muleta. No veas cómo era el toro, impresionante de estampa, imponente y con dos faenas por hacer en su interior a esa máquina de embestir. Otro susto nos llevamos con Juan Rivera en la brega. No le dio tiempo a nada cuando tuvo el astado encima. Gran toro, para andarse listo, y en veinte pases dejar el toreo sentado. Ni uno en falso ni uno de más. A Pinar la ilusión apenas le duró la primera parte de la faena y quedó después sólo el lucimiento del toro. Más de lo mismo con ese manejable tercero, que hacía surcos sobre el albero de Madrid al embestir, luchando con la sosería que también llevaba a cuestas. En todo lo alto llevó Pinar la vulgaridad. El Cid tuvo lote para poner la plaza bocabajo. Y más ésta donde tantas veces conquistó. Tibio le quedó el trasteo del primero, que se definió menos que los demás, y aparentó que lo lograría con el cuarto, que era un volcán. Iba presto, al toque, es más antes del toque incluso, algo descompuesto y con ansias de encontrar una muleta que embarcara ese caudal de trasmisión. Estuvo más firme, más centrado, más queriendo, más para quedarse que para irse... Pero no lo cuajó. El Puerto de San Lorenzo se había llevado la tarde. Qué cuatro o cinco años más bien invertidos. Enhorabuena ganadero. A seguir así. Si a la terna les coge finos habríamos soñado el toreo lo que queda de feria.
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