Crítica de libros
El mito de la hiperdemocracia
Aula Política del Instituto de Estudios de la Democracia de la Universidad CEU San Pablo
Hoy nos invade el materialismo, un materialismo que niega toda metafísica y conduce al nihilismo proclamado por Nietzsche. Ésta es la esencia de la postmodernidad. De esta forma, se nos dice, el hombre se ha vuelto un animal absurdo, loco, fantástico; su razón se ha hecho irracional; ahora se identifica con su cuerpo. Se trata además de un materialismo antropocéntrico, en el que, como ya había dicho Protágoras y asegura ahora Feuerbach, el hombre es la medida de todas las cosas, es dios para el hombre. De manera que este hombre absurdo postmoderno que se identifica con su cuerpo hace de éste su dios. Es una especie de bestia que se cree dios. ¿Cómo es la libertad de este hombre absurdo postmoderno? Aparentemente es plena. Hay relativismo ético, y así, sin ley moral objetiva, él se da su propia ley, hace lo que le apetece, su voluntad de poder convierte en bueno lo que desea, cualquier cosa. Como vulgarmente se dice, para este hombre todo vale y nada es vergonzoso si da placer, cuyo único límite es la saciedad.
¿Cómo es la libertad de este hombre postmoderno en sociedad, conviviendo con otros? Aquí se comprueba que Platón y Aristóteles tenían razón cuando aseguraron que la anomía o ausencia de ley lleva a la tiranía. Es en efecto verdaderamente notable comprobar cómo el relativismo ético de la antropología moderna ha traído tiranía social. Si examinamos ahora la libertad de cada individuo no aisladamente, sino como miembro de una comunidad política, resulta que todos ellos, todos, están plenamente sujetos en todo a los juicios éticos que en cada momento impone la mayoría; juicios que, como procedentes de una mística Voluntad general, se plasman en leyes positivas coactivas. Y claro, esa voluntad popular se forma por voluntades de hombres que no se consideran limitados por ley alguna. De donde su resultado o contenido puede ser cualquier cosa. Todo lo que se antoje a la mayoría es ley. Al igual que la Voluntad del hombre postmoderno, la Voluntad general puede hacer lo que quiera. La conclusión es evidente: estamos todos atrapados por el relativismo moral de la mayoría. Dicho de otra manera: hoy se nos está imponiendo por ley el nihilismo. Es el credo que, en nombre de una supuesta libertad, se pretende que todos confesemos. Con lo cual nuestra libertad se convierte en sujeción, pues así en sociedad estamos todos sometidos a la omnipotente Voluntad general. Este engranaje es lo que tradicionalmente se ha llamado tiranía de la mayoría, democracia absoluta o despotismo democrático. Ortega le llamó hiperdemocracia; y a ella se han referido notables demócratas, como Isócrates, Demóstenes, Locke, Suárez, Jefferson y muchos otros. Y esta sujeción de todos al relativismo de la mayoría explica algo que hoy sucede: la continua agresión moral y el riguroso acoso a las íntimas convicciones de quienes piensan que el hombre es un ser moral y libre. La chabacanería y la amoralidad actuales a veces se hacen insufribles y atacan la íntima libertad. Aunque en realidad todo esto no es nada nuevo, es antiguo, y muy antiguo. Pertenece a la época premoral de la humanidad, esa época a la que Nietzsche propugnó volver, en la que el hombre primitivo vive adorando a la naturaleza y dejándose llevar únicamente por el deseo de lo agradable, sometido a la necesidad y al azar, sin libertad. Ante la actual situación del mundo parece necesario recuperar la libertad. Y aunque parezca paradójico ello requiere admitir la ley moral; pues como magníficamente demostró Kant, ambas, libertad y ley, se necesitan mutuamente, son inseparables, como dos caras de una sola moneda. Lo que supone progresar, pues como también señaló Kant, la Ética es propia de los pueblos cultos y civilizados, mientras que es impropia de los que aún viven en estado primitivo o de barbarie. El hombre no es un animal absurdo e irracional, como quieren hacernos creer; y aunque tiene una chispa de lo divino, tampoco es dios. Es un ser absurdo y sabio al mismo tiempo, cuya seña de identidad es precisamente esta: ¡es libre! Tiene auténtica libertad moral, que es precisamente lo más noble e importante que hay en él, lo que más le asemeja a Dios. Pero su libertad no es la de un dios que hace siempre lo que quiere y nunca se equivoca, sino que, como libertad humana, se basa en una ley moral objetiva y transcendente a él, que está ahí, en la naturaleza de las cosas.
Resulta que esa ley moral que encontramos dentro de nosotros mismos es también la garante de nuestra libertad social. Y ello por algo elemental: una sociedad compuesta por hombres que tienen instancias superiores a ellos y no lo pueden todo, tampoco lo puede todo, también está limitada. La Sociedad no es dios, no es absoluta. La Voluntad general no es la voluntad de dios. Conclusión que tiene importantes consecuencias para nuestra Libertad social. La fundamental es que el legislador está limitado por las Leyes morales, por muy democrático que sea. Si son previas a cada individuo, también lo serán a todos juntos cuando legislan. Con esto se elimina el mito de la tiranía de la mayoría, ya que un poder limitado por lo que es justo no está legitimado para violar las leyes de la Ética. Y otra consecuencia es que el Derecho no se identifica con coacción en estado puro (positivismo), sino que necesita siempre un contenido ético; de manera que más bien es, como ya dijo Celso, un arte de lo bueno y de lo justo. De esta forma, la Ley Moral y el Derecho protegen y amparan nuestra Libertad social.
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