Espionaje

Frikileaks

La Razón
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Ya se sabe que cuando el sabio señala al cielo, el necio mira el dedo. En este caso hay que mirar casi tanto al señalador como a lo señalado. Primero, porque Assange se lo ha buscado. Lo de menos es su carácter estrafalario, extravagante y friki. Lo de más, que se trata de un prófugo de la justicia cuyas filtraciones sesgadas, amenazas vocingleras y soflamas políticas hacen dudar de los nobles fines que persigue presuntamente su organización: la transparencia informativa de los poderes públicos. Pero, además, procede no mirar exclusivamente a aquello que se pone bajo la lupa, por escandaloso, ilegal o inmoral que pueda parecer por una razón capital. Las dosis con las que se está medicando a la opinión pública para curarla de su mal de opacidad están adulteradas. Su administración está siendo parcial, su presentación oblicua y los efectos secundarios en el paciente podrían provocar trastornos mayores que los que se pretenden supuestamente reparar.

Por lo demás, los afectados por el mono que esperan una nueva inyección de documentos deberían recordar dos principios vertebrales de los más viejos manuales de la CIA. El primero: la información no tiene por qué ser fuente de conocimiento, puede serlo de confusión. El segundo: la inteligencia no consiste en reproducir las cosas que se ven, sino en hacer visibles las invisibles. En este sentido, la mayoría de los formidables hallazgos del altruista y filántropo Assange están un poco vistos.