Cataluña
La bisagra catalana
La campaña de las elecciones catalanas ha arrancado con los rasgos propios de un cambio de ciclo político. La tendencia reflejada en todos los estudios demoscópicos demuestra de forma nítida un agotamiento de la fórmula del tripartito y, en paralelo, un respaldo mayoritario para el proyecto de Convergència i Unió y una recuperación intensa del PP. Más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña desaprueba la gestión de la alianza PSC-ERC-ICV en estos últimos cuatro años. A estas alturas, sólo los cocineros del CIS han concedido un respiro a la izquierda con un pronóstico menos catastrófico que los ya conocidos.
Los márgenes son tan amplios y el hastío del tripartito tan agudo que hoy parece misión imposible invertir la situación. En el peor de los escenarios, los nacionalistas de Artur Mas estarían a nueve escaños de la mayoría absoluta del Parlament, lo que abre alternativas para la gobernabilidad de Cataluña, pero también para la de España. Como ha sucedido en buena parte de las legislaturas de nuestra democracia, los convergentes, instalados en la Generalitat, están llamados a ejercer de nuevo el papel de bisagra en el conjunto del Estado. ¿Cuál será su apuesta? Conocido su proverbial pragmatismo, puede que dispongan una estrategia de no agresión con los socialistas, que dé estabilidad al menos hasta los comicios generales y que les permita tener las manos libres en la gestión de la comunidad y, de paso, situarse en una posición de fuerza ante cualquier negociación con el Gobierno de Zapatero.
La otra opción, de mayor proyección y mucho más positiva para los intereses generales, sería la de apostar por el entendimiento con una fuerza pujante en Cataluña como el Partido Popular, que, según las encuestas, cuenta con muchas posibilidades de asumir el Gobierno de España tras las elecciones de 2012. Ambas formaciones tienen un demostrado sentido de Estado y una probada capacidad de llegar a acuerdos en torno a diagnósticos concordantes sobre los problemas reales de Cataluña y del conjunto de la nación. Las propuestas liberal-conservadoras, las mismas que hoy desarrollan los países de Europa que han comenzado a crecer y a recuperar su actividad, son las que comparten ambas formaciones y las que el Gobierno socialista ha despreciado en estos años. Lo cierto es que la hoja de ruta de esta alternativa está marcada ya por las preocupaciones expresadas por los ciudadanos en todos los estudios de opinión: el paro y la economía. Y ésas deberían ser las prioridades de una gestión responsable, sin perderse en enredos coyunturales ni abrir debates particularistas tan estériles como melancólicos.
Las elecciones en Cataluña son, pues, decisivas para dar ese primer paso hacia la alternancia política imprescindible para España, que mande a la izquierda y a sus políticas fracasadas a la oposición. El tripartito fracasó en Cataluña, como el PSOE en el conjunto del Estado. Perpetuar estas fórmulas con aventuras irresponsables sería un retroceso que pagaríamos todos.
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