Barcelona
Iñaki Anasagasti / Senador del PNV por Vizcaya (64 años): «Lo malo fue el café para todos»
Se hizo bien en no poner toda la carne en el asador. Nuestra demanda era la general: «Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía». Las cárceles estaban llenas, la calle explotaba y ETA mataba. Pero teníamos muy claro que durante los 40 años del franquismo sólo había habido dos demandas políticas de autogobierno. La catalana y la vasca. La gallega estaba muy matizada y dividida. Y la primera vez que el presidente Suárez convoca a la oposición, el 11 de enero de 1977, acuden las cuatro patas de la transición: El PSOE, con Felipe González; los liberales monárquicos con Joaquín Satrústegui; los catalanes con Antón Canyellas; y los vascos, con Julio Jauregui. Esa es, para mí, la fotografía de la transición.
Luego aquello se desvirtuó para quitarle fuerza a vascos y catalanes. Es eso lo que se hizo mal. Porque se había consagrado previamente en la Constitución de 1978 una España con nacionalidades y regiones y a las regiones las convirtieron en nacionalidades para quitar fuerza a las demandas vasco-catalanas. El «café para todos» es uno de los causantes de la actual crisis. Y hoy sufrimos las consecuencias de aquello. Los vascos, en l980, logramos que nos devolvieran el concierto económico. Como me dijo Suárez, «solo cuando supe que iba a dimitir, abordé la devolución del Concierto para Guipúzcoa y Vizcaya, las provincias traidoras».
Hoy los catalanes demandan el Concierto. Tienen el sentimiento de agravio de quien paga más de lo que recibe. La única solución al actual contencioso es que se vuelva al espíritu de 1978. Y esto sólo tiene una solución confederal, nunca federal. Si no se aborda desde el reconocimiento de la identidad asimétrica, singular y distinta de vascos y catalanes, el Estado español no tiene viabilidad. Y si no, al tiempo.
Lourdes Ciuró / Diputada de CiU por Barcelona (41 años)
«Nos han fallado los dos grandes partidos»
Estudiaba 4º de EGB y volvía de una excursión a Reus, cuando nos enteramos de lo que había pasado en el Congreso aquel 23-F de 1981. En la estación de Sans mis padres me recogieron a toda prisa. Recuerdo los nervios que se notaban en el ambiente. Con ese recuerdo infantil, asocio el intento de golpe de Estado con la Transición. Aquello me sirvió también para tomar conciencia de lo que es un Estado, de la política, aunque mi vocación se desarrollo posteriormente. La Transición fue, en todo caso, una historia de éxito. Se hizo pacíficamente, se aprobó una Constitución con consenso y con respaldo de todos, salvo en el País Vasco, donde muy pocos la votaron. Fue el éxito de una gestión que nos dio una salida hacia la democracia. Mi sensación es que se hizo bien. Luego los tiempos han cambiado. Y la reforma exprés que emprendieron los dos partidos mayoritarios, sin el consenso de los demás, alteró unas reglas de juego que todos habían aceptado. No creo que estemos a tiempo de recuperar el espíritu que animó aquellos primeros años de democracia en España. Ha habido una ruptura, sobre todo en el ámbito de la confianza. Hay un sentimiento de que nos han fallado los dos grandes partidos, insensibles hacia las demandas de los ciudadanos que representan formaciones como CiU, que somos el tercer grupo de la Cámara. Aquella reforma precisaba un consenso que, lamentablemente, no tuvo.
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