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Que llueva que llueva por Rosetta Forner
Sin agua no podemos vivir, eso está claro. Tampoco generar cosechas. La fiebre del ladrillo arrasó campos y bosques. En el antiguo Reino de Valencia muchos naranjos fueron arrancados para especular con el terreno: un huerto no vale nada, pero como solar urbanístico, sí (si te lo compran, claro). El espectáculo actual es triste y dantesco: cantidad de huertos abandonados a la suerte del olvido. Acabaremos por comer ladrillo. Avaricia y sequía van de la mano. Sin árboles no hay lluvia, y sin lluvia no hay árboles. Hace ya unos cuantos años, Alemania realizó un documental sobre la desertización que se nos venía encima. En este país somos muy dados a curar de cualquier manera antes que prevenir, así nos va: corremos el riesgo de vivir en la tierra del fuego y no metafóricamente. ¿Para qué repoblar los bosques arrasados? Ni falta que hacía, mejor recalificarlos para poder construir, o dejarlos abandonados a su suerte confiando en que la madre naturaleza se apiadase y les diese vida de nuevo. En España, cero de previsión y de verdadera conciencia ecológica. Durante los siete años del gobierno PSOE ya se vio que a ellos lo del tema del agua les traía al pairo: se cargaron el PHN porque era un proyecto de Aznar. ¿A cambio qué hicieron? Nada. Ellos no trabajan con visión de futuro excepto que sea demagogia para su beneficio. Con tanta gente ensimismada con su adosado, pocos se percataron de su contribución a la sequía: mucha piscina, poco jardín y menos huerto. Como soy optimista por naturaleza, propongo que nos volvamos cantores y entonemos aquella canción que decía: «Que llueva, que llueva, la virgen de la Cueva».
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