Pekín
Es el premio Nobel «un canalla»
Opositores al régimen comunista en China critican a Mo Yan, al que consideran cómplice del Gobierno por su silencio, a lo que él contesta pidiendo la libertad de Liu Xiabo
«Lo que ha hecho la Academia es humillar a un montón de autores de calidad. Un escritor que no puede aceptar la verdad es un mentiroso y su prosa es una maldición si no cuestiona la injusticia». La frase la escupió el jueves por la noche en su cuenta de Twitter el artista Ai Wei Wei, el disidente más famoso de China (sobre todo, en el extranjero) y «guía espiritual» de la pequeña comunidad de opositores al régimen, sobre quienes ha adquirido cierta autoridad moral. Horas después de desahogarse con éste y otros treinta mensajes similares en las redes sociales, Ai Wei Wei atendió a LA RAZÓN por teléfono para explicar por qué estaba tan radicalmente en contra de que el escritor Mo Yan hubiese recibido el Premio Nobel de Literatura. «Creo que su trabajo refleja el pensamiento oficial del Gobierno chino. Mo Yan está en sintonía con el realismo social y evita los temas polémicos y hablar de las grandes injusticias», dijo.
Fidelidad al régimen
Con la facilidad con la que se politiza cualquier asunto relacionado con China, a la llamada de Ai acudieron después otros intelectuales del país, casi todos desde el exilio. En la feria de editores que se celebra en Fráncfort se pronunció, por ejemplo, Liao Yiwu, considerado el «poeta de Tiananmen» y quien afirmó que «Mo Yan organizó hace pocos meses un acto con cien escritores en el que cada uno de ellos transcribió un texto de Mao Zedong como muestra de fidelidad al régimen. Eso les da una idea del personaje, es un canalla».
Aunque no todos los activistas reaccionaron de la misma manera. Algunos no consideran a Mo Yan un «hombre del Gobierno» y otros, aunque cultivan sus dudas, creen que tiene derecho a apartarse voluntariamente de la vía del martirio. Decisión que, por otra parte, ha tomado en algún momento de sus vidas la aplastante mayoría de los chinos de éxito, quienes callan su críticas contra el régimen en público. «Mo Yan no es en absoluto una marioneta del Gobierno y tampoco un defensor de la situación de la sociedad china actual», le apoyó desde Hong Kong Nicholas Bequelin, investigador jefe para Asia de «Human Right Watch».
Todos los que cuestionan su honradez esgrimen argumentos parecidos. Es cierto que aunque sus novelas describen sin tapujos las miserias que ha atravesado China en su último siglo, Mo Yan no ha utilizado nunca su voz para defender en público a los intelectuales encarcelados o perseguidos y, de un tiempo a esta parte, ha optado por hacer carrera dentro de las instituciones gubernamentales (es vicepresidente de la Academia de Escritores Chinos). Además, en los últimos años ha respetado las costuras de la censura, evitando traspasar las «líneas rojas» marcadas por el Gobierno. Al mismo tiempo que las voces del exilio y la disidencia lo atacaban, los medios de comunicación oficiales le dedicaban panegírico tras panegírico y decenas de líderes políticos le daban públicamente la enhorabuena. El poderosísimo Li Changchun, responsable del aparato propagandístico, envió una carta de su puño y letra a la Asociación de Escritores asegurando que Mo «refleja la prosperidad y el progreso de la literatura china, así como la incipiente fuerza nacional e influencia de China».
«No han leído mis libros»
Encerrado en su pueblo, en el condado natal de Gaomi (su Macondo particular), el protagonista de la polémica debió de sentir una responsabilidad histórica. A media mañana, salió a hablar ante decenas de periodistas, dejando a más de uno boquiabierto. Interrogado por medios extranjeros sobre la suerte del Premio Nobel de la Paz 2008 (el intelectual encarcelado Liu Xiaobo), dijo esperar que este logre la libertad lo antes posible y se pueda volcar totalmente en sus investigaciones sobre el sistema político y social. Después, defendiéndose de las acusaciones, insistió en que siempre ha trabajado «desde la perspectiva del ser humano» y que «muchos de quienes me han atacado no se han leído mis libros». «Si lo hubieran hecho, habrían comprendido que los escribí bajo una gran presión y que me expuse a grandes riesgos». Finalmente aseguró que escribe «en China bajo líderes del Partido Comunista Chino, pero mi obra no puede quedar restringida por los partidos políticos».
Las palabras de Mo Yan calmaron las críticas. El propio Ai Wei Wei, en su conversación con este diario, admitió que se trataba de una «declaración valiente», pero añadió que «unos días antes dijo que en China había libertad de expresión, por lo que creo que se trata de un cambio muy brusco. Lo importante es que está hablando finalmente. Si los premios sirven para que los intelectuales digan la verdad, ojala haya muchos más. Supongo que (Mo Yan) está teniendo algún tipo de presión, quizá la presión de la conciencia, para reaccionar de esta manera. Da igual, generará debate y eso es lo mejor», aseguró.
Debate ya está generando. El Gobierno y la propaganda, que se han abrazado a su primer Nobel «amigo», no tienen ahora demasiado margen para recular. Según periodistas chinos consultados por este periódico, a los grandes medios de comunicación llegó la orden ya el jueves de ofrecer la noticia a lo grande, pero poniendo mucha atención en los comentarios editoriales y las opiniones. «Desde que ha hablado de Liu Xiaobo no hemos vuelto a saber nada, pero es obvio que no quieren que hablemos de ello, ni mencionemos el perfil político», afirmó desde el anonimato el editor de una radio en Pekín.
Un improvisado y esquivo «activista»
Quienes le conocen en la distancia corta aseguran que Mo Yan no se siente cómodo siendo el centro de atención y pronostican que intentará desaparecer del circo mediático en cuanto pueda. Nunca ha sido un escritor muy amigo de las apariciones públicas. Previsiblemente, su faceta como improvisado «activista» empieza y acaba con la rueda de Prensa de ayer. Por otra parte, si el galardonado no hace más ruido, el Gobierno podrá seguir rentabilizando su Nobel de Literatura 2012, galardón que muchos interpretan como una muestra de reconocimiento en clave geopolítica hacia la China contemporánea. También, por parte de la Academia sueca, es una manera de compensar los tres premios anteriores, concebidos como «castigos» al régimen comunista: al Dalai Lama en 1989; al escritor exiliado en Francia Gao Xingjian en 2000 y al intelectual encarcelado Liu Xiaobo en 2008.
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