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Marichalar se exhibe de plaza en plaza por Jesús MARIÑAS
Semeja un alma en pena, pero mantiene su arrogancia. Mientras, su hermano Álvaro prepara su boda. Será en el feudo dinástico de Soria o en el vasco Lesaka, también ancestral. Don Jaime se siente «desclasado». Va como alma en pena. Sin embargo, mantiene el tipo, que eso no decae. Fiel a su elegancia, casi de lechugino romántico y siempre flanqueado por dos guardaespaldas, el ex duque parece recién salido de una enfermedad. Mantiene el gesto convaleciente, con espíritu de «todo marcha».
La otra noche aprovechó la hospitalidad de los Trapote, a los que telefonea hasta el acoso en busca de amparo y diversión, para echar un rapapolvo a dos adictas, siempre respetuosas con su calvario social. Aunque no estaban en su mesa, Marichalar aprovechó el jolgorio para desprenderse de Patty Galatas, transformada en lapa acaparadora, y se explayó en la mesa que Miguel Ángel San Eduardo compartía con Paloma Barrientos y Beatriz Cortázar: «Estoy harto de que persigan a mis hijos», fue su primer desahogo casi exabrupto después de increparme: «No me haga más fotos que no me gustan. Quiero estar en paz». Y mientras unos contertulios comentaban, con diferentes matices, lo que él había soltado de que «mi separación fue muy burguesa», algo que se presta a todo tipo de reflexiones. Su cabreo no tiene mucho fundamento. Es verdad que pueden llegar a un cierto acoso momentáneo, pero es innegable que él lo pone a huevo. A las pruebas me remito.
Durante la rematada fiesta torera de San Isidro, de la que no se recuerda temporada menos afortunada, el ex marido de la Infanta prodigó su inoportuna presencia, ya con menos esencia, siempre descolgado sobre algún burladero. Muy a menudo le vemos de plaza en plaza, con su inhiesta y recolocada corbata e innamovible raya de peluquería. Todo un ejemplo de cómo saber revestirse para la Fiesta Nacional, tan denostada por algunos y a la que la ministra de Cultura apenas defendió en un directo de Telemadrid.
A Marichalar no hay que perseguirle. Se pone a tiro, pavoneándose de barrera en barrera y creando diálogos imposibles. Aprovecha el respeto que su fallido matrimonio todavía le concede. Pero es obvio que le saca partido a su posición de ex para sentarse donde no le toca. Es evidente que exprime favores cuando ya no le toca. Que se queje menos y apoquine más, que luego no vengan con acorralamientos y sofocos. Debería respetar más a la que fue su familia.
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