Los Ángeles

Siempre nos quedará Cacho

Hoy se cumple el vigésimo aniversario de su oro en Barcelona. Ahora el 1.500 español no entra ni en semifinales. «Las medallas no se regalan»

Siempre nos quedará Cacho
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LONDRES- «Hace veinte años que digo que hace veinte años que tengo veinte años», canta Joan Manuel Serrat; hoy hace 20 años, y parece que fue ayer, que Fermín Cacho holló la cumbre del atletismo español. Fue un 8 de agosto de 1992 en el Olímpico de Montjuïc, en los Juegos de Barcelona, naturalmente. A la vista de la situación actual de este deporte en España, y de su distancia en particular, los 1.500, resulta evidente que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Aquel 8 de agosto, Fermín Cacho se echó la siesta antes de competir. «Es lo que tenía previsto. Le dije a mi entrenador que me despertara. Lo hizo, y llegué a la final descansado», recuerda, y sin nervios, relajado y desinhibido. Destacaba el domingo Sebastian Coe que Usain Bolt «empieza a ganar la medalla 40 minutos antes de la carrera»; la actitud de Cacho antes de la prueba es similar. «Si has trabajado no hay nervios y, por el entrenamiento realizado y la constancia, lo tienes todo controlado. Sabes que todos quieren ganar, así que has de anticiparte, y hay un 40 por ciento que tienes ganado antes de salir. Con seguridad, confianza y respeto, no hay ningún temor. El trabajo no falla; te ayuda a liberar la imaginación para reaccionar en caso de imprevistos y anticiparte a lo que piensan los demás con intuición».

Todo eso se entrena, «no durante horas, sino durante años y años». «Desde que cumplí los 18 doblaba sesiones de entrenamiento, mañana y tarde. Hacía calidad y cantidad y si los demás se entrenaban mucho, yo, un poquito más», explica Fermín a LA RAZÓN, la víspera del vigésimo aniversario del gran día. Y añade: «Tengo nostalgia y siento una pena enorme porque no se clasificó ningún compatriota para la final. Cuando vi la primera serie, me vine abajo; cuando vi la última, me hundí. Me han dejado tocado».

Una justificación a ese fracaso podría ser la «inexperiencia» de los tres competidores, David Bustos, Álvaro Rodríguez y Diego Ruiz... Cacho no encuentra excusas: «Las medallas no se regalan, se consiguen a base de sacrificio y de entrenamiento. Pese a la que está cayendo, la sociedad de ahora está más acomodada y eso se refleja en el deporte. Ahora los videojuegos, los ordenadores y todo eso sacan a los chavales de la calle y de las pistas de atletismo. Yo creo que no saben divertirse. Claro que a mí me llenaba el entrenamiento».

El momento del atletismo español es crítico, «falta una figura, y que se repita otra hornada como aquella de los noventa». Mientras, él seguirá celebrando el oro de Barcelona, «en casa, con mi mujer y mis hijas, viendo los Juegos; la mejor forma de celebrarlo».

 Aunque los compatriotas no le van a amarrar a la pantalla: «Todavía nos quedan Nuria, Ruth, la marcha…». Nos quedaba Marta, ¡qué pena!… «¿Pena?, no, ni lástima. Marta es una luchadora que ha pasado dos años terribles, una atleta aparte, que lo da todo incluso cuando pierde. Lo que ha hecho es fenomenal, aunque en la segunda parte de la carrera se vio que no estaba para la pelea. Pero lo intentó y lo dio todo. Admirable», es el reconocimiento que tiene el soriano para su amiga palentina. Ni un solo pero.

El 8 de agosto de 1992 Fermín Cacho corrió la final de 1.500; a 200 metros aceleró; en los últimos 20 alzó los brazos y cruzó la línea de meta dando saltos de alegría. El estallido del estadio, 55.000 personas, fue increíble, corrían con él y ganaron. Qué tiempos, Fermín.

 

Momento histórico
el que se vivió en un abarrotado estadio de Montjuïc la tarde del 8 de agosto de 1992, en plenos Juegos de Barcelona y en plena euforia del deporte español. Había aparecido Fermín Cacho como heredero de los José Manuel Abascal (bronce en Los Angeles'84) y José Luis González, los hombres del 1.500, prueba mítica del atletismo. Y Fermín, soriano de raza, consiguió un oro que siempre será recordado y que para muchos es la mayor gesta del olimpismo español. La carrera se corrió a un ritmo lento y el tiempo de 3:40: 12 fue uno de los más altos de la historia. Superó al marroquí El Basir y al catarí Sulaimani y sus últimos veinte metros, con el oro asegurado, levantaron de sus asientos a las 55.000 almas que le vitoreaban.