Giro de Italia

Ciclismo

Sueño y angustia

Samuel Sánchez se corona en Luz Ardiden, donde Contador mostró una debilidad insólita 

Sueño y angustia
Sueño y angustialarazon

«Esa imagen» relata, vello de los brazos erizado Joxe Cruz Mujika, mecánico y único superviviente junto a Miguel Madariaga desde el nacimiento del Euskaltel-Euskadi, «esa imagen tiene una fuerza tremenda».

Lo recuerda Mujika en cliché diez años después, «la mirada, el gesto..., lo dice todo sobre aquel día». Eran los brazos extendidos, una soleada tarde de julio, de Roberto Laiseka, viejo ya pero debutante, carne de novel en el Tour como lo era la del Euskaltel-Euskadi que en Luz Ardiden maniobró el rumbo de su propia historia por fortuna inconclusa. Sigue la mecha viva.
Es corazón, sentimiento y pasión lo que para los vascos significa el ciclismo.

Los Pirineos convertidos en Meca y Luz Ardiden, por ser la primera cima conquistada, el altar. Presbiterio éste alto y magno, pues otro naranja más ocupa espacio ancho. Es Samuel quien, diez años después, aprieta el interruptor para que la Luz de Ardiden no se apague. Llama eterna con el mismo gesto de brazos extendidos, como hiciera Laiseka una década atrás. Sueño con Luz encendida.

Fue «Samu» el único que al cerrar los ojos a más de 1.700 metros de altura ensoñaba una secuencia que en plena escalada y acompañado por Vanendert era aspiración, que a un kilómetro de que la realidad se chocara de bruces con él, cuando al mirar atrás avistó a Frank Schleck, endemoniado pedalear el del luxemburgués, pareciera quimera y que acabó siendo sueño palpable. De verdad. Los focos de Luz que atravesaron a Alberto Contador fueron en cambio pesadilla angustiosa.

El dolor era leve, mitigado pese a los 33 segundos que Frank Schleck, que atacó hasta la saciedad y con el beneplácito de todos acabó marchándose, rascó en meta, o los trece diamantes hallados como si mina de carbón fuera Luz Ardiden y por fortunas inesperadas de la vida encontraron su hermano Andy, Basso y Cunego. Tan impensable como incierto, un Contador que apareció en los Pirineos desvalido y vacío. Ni fuerzas para cruzar casi la línea de meta tuvo, apoyado en las vallas con desazón y sin ahínco.

Dejó tan sólo pasar el Tourmalet «Samu». Allá donde hace veinte años Indurain dejó de ser Miguel para empezar a convertirse en «Miguelón», un ataque que le valió su primer amarillo y su primer Tour. Pero esta vez no pasó nada en el «camino del mal retorno», como se le conoce al coloso. Era en su rápido descenso donde residía el secreto.

El momento. Lo aprovechó Samuel Sánchez, ya sabe, teorizaba en Lavaur minutos después de que Cavendish se diera el homenaje de ganar antes de sumergirse en los Pirineos, «es cuestión de aprovecharlo». Provocado y desatado por el campeón olímpico, un ataque que sólo supo visionar Vanendert, el carácter triunfador.

Juntos se marcharon a por Roy y Geraint Thomas. Los dos electricistas vagaban por la oscuridad que era la marea naranja, supervivientes de la fuga que sobrepasó tranquila La Hourquette d'An-cizan y el Tourmalet, como lo hizo el pelotón, pues no fue hasta que el Leopard decidió encender a sus naves cuando la fuga comenzó a decaer. Todos, sin excepción, aunque por poco tiempo, amedrentaron a los favoritos hasta las faldas de Luz Ardiden. Para entonces Samuel ya soñaba, loco parecía, en cabeza.

Para entonces Contador, ya solo, empezaba a temblar al paso acompasado de los Schleck, miradas y ataques coordenados. Es su guerra. No importa quién de los dos gane el Tour, la cuestión es hacerlo. En Luz Ardiden, la chispa la tuvo Frank, empecinado hasta que Contador dejó de cebarse con él y Evans, Basso y Cunego decidieron no placarle. Y luego, cuando Andy, Basso, Evans y Cunego se alejaban, empezó a sufrir, trece segundos.

Número de mal fario.
Samuel lo sintió en las orejas, un silbido que venía de abajo, amenazante. Pegaba con fuerza Frank, pero como en 2003 el asturiano dijo no. Ésta era la suya, la chispa del Euskaltel encendida por la Luz de Ardiden, propiedad privada del Euskaltel. Poco le costó hacer claudicar a Vanendert y en el último remilgo que era la curva recordar a Laiseka, los brazos extendidos. «Imagen de fuerza tremenda» diez años después. La llama de Luz Ardiden sigue viva.