Nueva York
Caos de peluquería por José Luis Alvite
Un tipo cuyo nombre no recuerdo me contó hace años que en un cementerio a las afueras de Portland enterraron en sepulcros contiguos a una pareja de amantes que habían muerto sin descendencia y que un año más tarde había aparecido a su lado el sepulcro párvulo de un niño. «Aquello es América –me dijo– un lugar en el que el fuego repone los bosques, son pulpa de melocotón los huesos de las cerezas y hay ciudades tan cambiantes que es como si sus avenidas estuviesen de paso en las calles de otra ciudad». Recuerdo aquel elogio de la fertilidad mientras el huracán «Sandy» devasta la costa norteamericana y complica las vidas de los ciudadanos de Nueva York. Al ver esas imágenes en televisión a mí me parece que se trata de una tragedia perfectamente orquestada, un caos sin espanto en el que estuviese cada cosa en su sitio, como si por cada árbol caído los neoyorquinos fuesen capaces de despertar mañana con tres árboles nuevos en el hueco de cada roble abatido. Yo no sé cómo diablos se las arreglan, pero es como si los norteamericanos siempre tuviesen a mano cada cosa que consideran irremisiblemente perdida. ¿Será que los dioses cuando ruge el huracán se vuelven de espaldas a los ciudadanos de Haití, en cambio actúan como imaginativos guionistas de televisión tan pronto llega la misma inclemencia a las playas de New Jersey? Es como si al arrasar la costa norteamericana, los vientos huracanados de «Sandy» supiesen que habrán sido decisivos para convertir la tragedia en un premio Emmy. Al final se obrará el prodigio de que con la subida de las aguas haya ostras de Chesapeake en los rutinarios maizales de Iowa y que, con la simple ayuda de veinte dólares, y tratándose de América, no habrá una sola mujer que al ir a la peluquería entre viuda y gracias al estilista salga otra vez soltera.
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