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Camino de anarquía por Alfonso Merlos
Parafraseando a Churchill y su visión sobre los rusos, un documento firmado con la Liga Árabe, o con Siria, no vale ni el papel en que se sella. La sacudida de violencia de las últimas horas no se entiende sin considerar que quienes han causado destrucción masiva, material y humana, son conocedores a la perfección de la indefectible forma de proceder del régimen de Asad. Con atentados o sin ellos, Damasco no iba a poner fin a las hostilidades con los disidentes. Con coches bomba o sin ellos, en absoluto se iba a abrir un diálogo sincero, cooperativo, abierto y franco con los manifestantes. Planteado en otros términos, la irrupción del terrorismo en un escenario de convulsión es la revelación del fracaso de la comunidad internacional. Pero además representa la constatación de que el cáncer de Al Qaeda en el corazón de Oriente Medio podría haberse extendido ya sin restricciones territoriales. Una vez infectado, Líbano y Jordania, ahora la mancha ensucia a un Estado que no había tenido que lidiar cuerpo a cuerpo, a gran escala, con la amenaza yihadista-salafista. Concluía con acierto James Woolsey, cerebro de los servicios de inteligencia con Bill Clinton, que la seguridad es como el oxígeno: sólo aprendes a valorar su importancia cuando te falta. Hoy la debilísima sociedad civil siria no echa de menos un reciente pasado de «tranquila opresión», pero ya vislumbra que el tránsito a la libertad sólo podrá completarse a través de un camino de pura anarquía.
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