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Carlos Falcó: «Incluso las cosas más fuertes se pueden decir con educación»
DE CERCA«Tuve la suerte de nacer en una familia privilegiada y lo he tenido en cuenta desde muy joven. Siempre he pensado en devolver a la sociedad en la que vivo algo de lo que he recibido, que es mucho»
Hace unos vinos excepcionales, unos aceites de primerísima calidad, que también se celebran en todo el mundo, va por la undécima edición de su primer libro «Entender de vino» y prepara el segundo «Oleum Plus» para 2012. Además, es presidente del Círculo español del lujo Fortuny y tiene cinco hijos de tres matrimonios ya extinguidos. ¿Le queda tiempo para más? Pues sí, para poner en marcha, por fin tras veinte años de no cejar en el intento, uno de sus grandes sueños: El Club de Golf de Aldea del Fresno.
–¿Que pasó para que este proyecto haya tardado tanto tiempo en ponerse en marcha?
–Que tras firmar un convenio con Joaquín Leguina y su consejero Eduardo Mangada, y de que la todopoderosa entidad de golf norteamericana PGA decidiera instalarse en Europa y dijera que éste era el sitio que buscaba surgió una normativa medioambiental que en Europa no imposibilitaba nada respecto al golf, pero que en España, tal vez por exceso de celo restrictivo, echó el proyecto para atrás.
–Pero no sería porque perjudicaba el medioambiente ¿no?
–En absoluto. Yo simpatizo mucho con la naturaleza, es algo que he heredado de mi familia y que forma parte de mi código genético. Los campos de golf que se han venido haciendo en la época del desarrollismo en los 60 y los 70 no son el modelo que yo pretendo desarrollar. En este campo de golf el respeto medioambiental es la clave. Para ello he encontrado un arquitecto que interpreta que esto es volver a lo que se hacía hace ciento y pico años, cuando no había máquinas para mover la tierra, conseguir que el golf sea parte del paisaje y no afecte a ninguna de las especies del entorno, ni plantas ni animales.
–Tanto usted como su familia son unos enamorados de la naturaleza y sobre todo de las rapaces.
–En el funeral de mi madre hablé sobre todo de las águilas, aunque también de los buitres y los halcones (el apellido Falcó, viene de ahí). Mi abuelo y mis padres fueron cocreadores del primer gran proyecto de preservación del planeta, lo que sería Adena en España. Y yo, con la ayuda de mi amigo Félix Rodríguez de la Fuente, incluí un «show» en el safari de Aldea del Fresno en el que se admiraba como volaba un águila real, un buitre, un quebrantahuesos y luego se le decía a los niños –que hoy traen a sus hijos a verlo, porque de esto hace 37 años– que eran unos animales maravillosos que había que preservar. Era un mensaje que entonces no estaba en la sociedad española y que por fortuna caló profundamente.
–Estar cerca de la naturaleza es un lujo, pero hay otros, como los que usted preside desde el Círculo español del lujo Fortuny.
–El lujo es una palabra que al final no tiene buena recepción. A mí me gusta hablar de excelencia, de gama alta, de algo en lo que hay mucho esmero y tradición, al mismo tiempo mucha creatividad y modernidad, que es lo que define a Europa, que ahora tiene que afrontar unos retos que no ha afrontado nunca en su historia y se va a quedar como una región minoritaria, donde el Pacífico va a ser mucho más importante. Yo creo que los productos y servicios de alta calidad, como pueden ser restaurantes, hoteles, gastronomía etc., son una de las claves de la futura Europa. Porque lo que Europa siempre ha sabido hacer muy bien es preservar nuestra calidad de vida, nuestros paisajes, nuestras tradiciones, nuestras culturas milenarias y todo eso, de alguna manera, hay que rentabilizarlo hacia el resto del mundo.
–No para usted ¿eh? ¡Eso para que digan que los nobles no trabajan!
–(Risas) Cuando empecé a hacer vino en Castilla-La Mancha, en Toledo –Franco no me daba los permisos para traerme las vides de cabernet sauvignon y las traje escondidas en un camión de manzanas en el 74, un año antes de su muerte–, Pepe Bono me señaló en un congreso y dijo: «Ahí está Carlos Falcó, un Quijote que se ha lanzado a hacer vinos de altísima calidad que se venden en el mundo entero y aquí, en Castilla-La Mancha». Me puse colorado . Más tarde, Luis Arroyo Zapatero, el primo de Zapatero, en un Congreso de Juristas de toda Europa, hizo un brindis final diciendo: «Un lema de la izquierda profunda de la que vengo es ‘‘la tierra para los que la trabajan'', pero yo voy a hacer un brindis un poco diferente: ‘‘la tierra para los marqueses que la trabajan''».
–Ha pasado mucho tiempo desde entonces, ahora estamos en crisis.
–Todo esto hay que verlo dentro del contexto de que este es un país que por mucho que esté en crisis es infinitamente mejor que aquel que yo conocí en la posguerra. En todo: en actitud de la gente –que es lo más importante–, y en la mente abierta –antes era un país cerrado sobre sí mismo en la pobreza y en la miseria–. «Que desprecia cuanto ignora…», como decía Machado quien, por cierto, nació en la misma casa que yo. Él era un inquilino del Palacio de Dueñas y yo nací allí durante la Guerra Civil.
–Ya que hablamos de Dueñas, usted ha dicho que las personas como la Duquesa de Alba y como usted son sentimentalmente activas y no renuncian a la felicidad, porque si no estarían muertos. ¿Se casaría usted una cuarta vez?
–Bueno, al final, a lo largo de la vida, se llega a varias conclusiones. Y una de ellas es que no necesariamente para vivir feliz hay que casarse. No es necesario para sobrevivir, pero sí lo es seguir pedaleando. Sobre todo, a partir de cierta edad, si no pedaleas te caes.
–Qué educadamente lo dice todo: ¿los títulos nobiliarios aseguran la educación?
–Seguro que no. Tener un título nobiliario es como heredar un cuadro o una casa. Y de alguna manera tienes la obligación de pasárselo a las siguientes generaciones sin degradarlo e incluso, si se puede, abrillantándolo un poco y dándole lustre.
–¿Los títulos tienen que ver con los méritos?
–En un principio sí. Cuando un grande de España le dio la enhorabuena a Suárez, tras ser nombrado Duque y le dijo que ya eran colegas, Suárez respondió: «No, yo soy colega de quien ganó ese título».
–¿Si hubiera un demérito habría que devolver el título?
–Sí, está previsto. El título es una merced que el Rey puede retirar y puede pasar a otra persona.
–Pues para mí que a Urdangarín le quedan cuatro días de llevarlo…
–Bueno, Urdangarín no tiene ningún título, es su esposa, la Infanta, él es consorte. Yo creo que al final es muy difícil saber lo que pasa en toda tu familia. Puedes inculcar cosas a los hijos, pero a los yernos es complicado.
–Hablando de hijos, dicen que Tamara es la niña de sus ojos…
–Yo tengo tres niñas de mis ojos, las tres con tres aes en sus nombres, como uno de mis vinos para homenajearlas: Alejandra, Tamara y Aldara.
–Es que como a Tamara se le ve tan espontánea y locuela… ¡Usted no tiene pinta de haberse descontrolado nunca!
–Todos hemos cometido locuras alguna vez; pero si como periodista analizas al padre y a la madre a lo mejor llegas a alguna conclusión…
–Además de locuras, que nunca están de más, ¿qué es lo que le queda por hacer?
–Muchas cosas. Le he prometido a Carmen Balcells que a lo mejor mi siguiente libro serían unas memorias. Me divertiría. Con los años, una cosa buena es que las inhibiciones que tienes en la edad joven y en la edad media desaparecen.
–Le frenarán la educación y la delicadeza…
–Intentaremos buscar la forma de compatibilizar ambas cosas. Se puede decir de todo con educación, incluso las cosas más fuertes.
Personal e intransferible
Carlos Falcó tiene 75 años, un aspecto envidiable y una vitalidad extraordinaria que le da para trabajar sin parar. conserva un hermano vivo –eran cuatro–, tiene tres hijas y varias nietas. Le gusta rodearse de sus cinco hijos. Presume de que los primeros trabajan con él. Los dos primeros (hijos de Jeannine Giraud) están en el consejo de administración de sus empresas (Bodega Pagos del Marqués de Griñón y Oleum Artis, S.A.) y el mayor, además, en City Bank. La tercera, Tamara (hija de Isabel Preysler), ahora se ocupa de alquilar su maravillosa finca El Rincón para bodas y otros eventos; y los pequeños (hijos de Fátima de la Cierva) –«que ya no lo son tanto»– siguen estudiando, pero siempre cerca de él. Cuando se le habla de locuras, dice sonriendo que, «a lo mejor locura es casarse tres veces…», pero sabe que tras su último divorcio vuelve a ser considerado «un soltero de oro». Y él, que es un seductor nato, sólo sonríe cuando se le dice.
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