Berlín

Defensor del viaje por Luis del Val

La Razón
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Observar la hora en el reloj propio es un gesto casi mecánico de los viajeros. Un gesto familiar para el caballero de la fotografía, Síndic de Greuges, o sea Defensor del Pueblo en Cataluña para los castellanoparlantes. Gesto familiar porque en su entusiasmo por defender los derechos de los catalanes ha viajado a cuatro continentes, cincuenta viajes en dos años, por un importe muy pequeño: no llega a los 160.000 euros. Conocedor de los presupuestos de la Administración, no en vano lleva viviendo del Presupuesto desde antes de que fuera secretario de los comunistas catalanes, desde el año 1980 del siglo pasado, compareció en seguida para recordar que sus gastos de viaje apenas son un 0,7% del presupuesto de esa entidad que, en algunas autonomías ya ha sido suprimida. Su sólida formación académica, la certeza de estar en posesión de la verdad que tiene este defensor de los viajes oficiales le han hecho olvidar que el costo de los viajes del Ministro de Defensa es, por ejemplo, quinientas veces menor, y no llega al 0,03%, pero eso es un detalle sin importancia porque los ataques al gasto, como no podían escapar a su notable inteligencia, son debidos «a los enemigos de Cataluña». Si alguien ataca al Defensor del Pueblo está atacando a Cataluña, prueba del alto concepto que tiene el señor Ribó de la institución que representa, y del alto concepto que tiene de sí mismo este viejo comunista.

Menos mal que su perspicacia le ha impulsado a rebatir punto por punto los argumentos de sus críticos, es decir, de los peligrosos enemigos de Cataluña, que se atreven a afirmar que 156.000 euros en viajes es mucho dinero.

Por ejemplo, les ha recordado que no viaja para extender la toalla y tomarse un daiquiri, argumento incontrovertible, y que demuestra que el señor Ribó no es ningún gilipollas, porque si viajara a Luxemburgo o a Viena, o a Livingstone (Zambia) para extender la toalla, en un lugar donde no hay playas, hubiera resultado muy extravagante. Otrosí les ha recordado que gracias a esos viajes, lee mucho, lo cual, naturalmente redunda en beneficio de Cataluña en general y del Defensor del Pueblo en particular. Y ya, donde les pegó un mazazo definitivo, fue cuando recordó que vivimos en un mundo global. Los ciudadanos somos muy torpes, y de casa a la oficina y de la oficina a casa, nos olvidamos que vivimos en un mundo global. El señor Ribó, no. El señor Ribó, que lleva 32 años sacrificándose por la felicidad del pueblo, cargo tras cargo, sabe que ya no hay fronteras –incluso desapareció el Muro de Berlín– y que viajar es una de las maneras necesarias para llevar a cabo bien el empeño encomendado por el pueblo.

El señor Ribó, que no es nada proclive a demostrar su preparación, ni a demostrar que sabe mucho más que los que le interpelan, no cayó en la tentación de recordarles a Ortega, cuando hablaba de que dentro del bosque no se puede ver el bosque. El señor Ribó es un orteguiano. Que tiene que estudiar el caso de un ciudadano de Granollers, al que en su ayuntamiento no le contestan. Está claro: el señor Ribó toma un avión, se va hasta Cartagena de Indias, se lee un libro en el viaje de ida y, otro, en el de vuelta, y, al regreso, fuera del bosque catalán, lo ve claro y dictamina en consecuencia. De no ser por listos como el señor Ribó pasaríamos por este mundo sin saber qué es global y sin descubrir a los pérfidos enemigos de Cataluña, que ya no saben qué inventar.