Historia
Nuestra cultura
Los homosexuales no lo han tenido fácil en Occidente. Es una historia, muchas veces trágica, de exclusión, prejuicios y falta de compasión. Como todas las formas de discriminación, no habla bien de nuestra cultura. Y el asunto no se soluciona con frases ingeniosas ni con chistes baratos. Debemos reconocer el inmenso sufrimiento que se ha causado durante siglos a un incontable número de personas, simplemente porque –por razones que nadie ha sido capaz de aclarar– se sentían atraídas por otras personas del mismo sexo que ellos. Dejar atrás esta discriminación traía aparejados, irremediablemente, cambios, algunos de ellos muy profundos, en la visión que tenemos de nosotros mismos. Se requiere algo más que simple condescendencia: había un reajuste que hacer en la vida cotidiana, en la consideración de los afectos, en las mismas instituciones. Desde una cierta perspectiva, se trata de un desafío aún mayor que la superación de los prejuicios raciales, siendo éste un asunto más profundo y aún más doloroso por su entidad y sus repercusiones. ¿Sería nuestra cultura, que tanto se precia de abierta y liberal, capaz de hacer frente a este desafío? Muchos contestamos afirmativamente. Sí, la cultura basada en la tolerancia, en los derechos humanos y en su defensa, en la libertad de los individuos, en el derecho de cada cual a perseguir la felicidad a su manera, tiene los instrumentos necesarios para corregir el terrible destrozo y construir un mundo donde la injusticia esencial de la discriminación se reduzca al mínimo. Como es natural, no todo el mundo piensa de esta manera. Hay quien considera que la discriminación ejercida contra los homosexuales demuestra que la cultura liberal es un engaño. El final de la discriminación requiere por tanto el final de la cultura liberal y la elaboración de otra, nueva, en la que predominen las identidades colectivas, la lealtad al grupo que define a cada uno, la desconfianza hacia cualquier postulado integrador que vaya más allá de la comunidad a la que cada uno haya decidido pertenecer. Hechos como los ocurridos en torno al «desfile del orgullo gay» en Madrid indican que a principios del siglo XXI, en nuestro país, está prevaleciendo la segunda opción.
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