Artistas
Hermosa insensatez
En el momento en el que a uno se le plantea la necesidad de pronunciarse sobre el peso sentimental de la apariencia física, lo normal es que alegue que lo que cuenta de las personas es eso que llamamos «la belleza interior», que para muchos es la personalidad; para algunos, el prestigio; y para otros, sencillamente, el dinero. Lo normal es que nos atraiga la belleza física y no hay que arrepentirse de eso, puesto que lo lógico es que la catedral de Compostela nos parezca a simple vista más llamativa que la casa en la que vive el canónigo pincerna. Sin embargo, con el paso de los años uno empieza a fijarse en cosas que antes no le llamaban demasiado la atención. Yo ahora echo de menos mis frecuentes días de escasez y de agobio, cuando el capricho de cenar fuera me dejaba sin dinero a mediados de mes. Uno es más impulsivo cuando tiene poco que perder y no le importa arriesgar. Es por ese impulso por lo que nos dejamos tentar por la belleza física de las mujeres y por el sabor de las cosas. Gracias a ser joven puede el ser humano prescindir alegremente de la sensatez, esa horrible conquista que nos sirve de excusa para justificar la falta de impulso, la precariedad de los instintos y la ausencia del deseo. Uno echa de menos la juventud asociada a la escasez porque le sirve para evocar los días en los que ignoraba los conceptos y le daba importancia al sabor de las cosas. Yo creo que uno se hace definitivamente mayor cuando lo que valora del menú no es el sabor, sino el precio. En el momento culminante de la juventud los instintos suelen coincidir con la adorable facilidad con la que los muchachos caen sin malicia en la indecencia. Las sensaciones priman entonces sobre las ideas y en su búsqueda indecente del placer los jóvenes ni se plantean el riesgo de contraer remordimientos. Hay en la juventud una inefable esencia de amoralidad que se esfuma sin remedio con el transcurso del tiempo y la impertinente irrupción de la conciencia. A cierta edad te ves en el deber de plantearte algunas preguntas acerca de cuál es tu sitio en la vida. Si has tenido unos cuantos fracasos por haberte dejado arrastrar tantos años por el impulso casi canino de perseguir con hambre la belleza, y si además has tenido tu nombre en unos cuantos buzones, caerás en la cuenta de que para un hombre es difícil saber cuál es su sitio en la vida si ni siquiera sabe cuál es exactamente su cama.
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