Londres
Nuria Espert: «Si fuera hija de Lorca no querría desenterrarlo para que fuese arma arrojadiza»
La reciente premio Valle-Inclán y Doctora Honoris Causa por la UIMP lleva todo el verano con un nuevo reto entre manos: «La violación de Lucrecia», de Shakespeare. Es la primera vez que una actriz se atreve con los tres personajes, bajo las órdenes de Miguel del Arco. «Un tour de force» sin precedentes que veremos en Madrid en noviembre. En uno de sus pocos ratos de asueto, despegamos sus inmensos ojos del libreto para que nos mire, nos hable y nos pose.
-Doctora Honoris Causa por la Menéndez Pelayo, ¿cómo se le queda a uno el cuerpo?
-¡Divinamente! Impresiona cuando te llaman y te preguntan: «¿Lo acepta?». ¡Cómo no lo voy a aceptar! Estaba en la peluquería y se lo conté a mi peluquera emocionada. Después el acto es maravilloso, solemne y protocolario. Te comprometes a ser ética, honesta y amar la cultura. Te dan unos guantes blancos y un anillo. Es como pertenecer a una secta cultural maravillosa.
-Y premio Valle-Inclán. ¡Menudo año!
-Maravilloso. Es un premio importante y bien dotado. El Nobel, si no tuviera la dotación tan espléndida, no sería el premio más importante del mundo. Porque el dinero representa en nuestro mundo «respeto».
-Además en un momento en que España está más «valleinclanesca» que nunca...
-(risas) Sí. Hay mucho esperpento, ¿verdad?
-Ha comparado el momento actual del teatro español con una explosión como la que se vivió al final del franquismo (también ocurrió durante el gueto de Varsovia, o durante el Corralito).
-¿Y encuentras una lógica? Sé qué ocurre. Pero no sé por qué ocurre. Solamente percibo que estamos en un momento en que me parece que regresa la brillantez y que el público, además, responde a esos deseos. Como si nos hubiéramos desesperado de pronto.
-A la gente del teatro se les ha dado muy bien el poder en el pasado.
-¡Tanto como muy bien! Más que burlar, escorar. Hemos sobrevivido dando rodeos, dentro de nuestras escasas posibilidades y nuestros márgenes de maniobra.
-Ahora, que ya no es preciso escorar, ¿es preciso despertar conciencias?
-Tenemos una libertad fabulosa que nos permite decir todo lo que pensamos y más.
-Libertad, sí hay, pero ¿no sufrimos una terrible «normosis»?
-Eso es sólo culpa nuestra. Las condiciones de libertad son verdaderas y existen. Que sepamos usarla o no es privativo del ser humano.
-Citaba a Garrigues: «Atreverse a pensar que puedo pensar diferente de como pienso». Qué mal andamos de eso, con lo «etiqueteros» que somos.
-Es un código de conducta maravilloso. Pero ¿tú crees que es distinto en otro lugar o es un punto al que ha llegado el ser humano como especie?
-Será un pico genético «degenerativo», como diría Arsuaga.
-(risas) En los países libres y con democracia, el ser humano a veces se relaja demasiado. Se vuelve laxo. Lo que nunca debemos olvidar es que en todas partes queda mucho por hacer.
-Víctor Manuel cantaba «son adorados, son calumniados como dioses de barro», ¿una hipérbole?
-Habla del pasado. En la actualidad no siento que pueda tener vigencia. Son nuestros orígenes, cuando se decía que «todas las actrices éramos putas» y éste era un gremio indecente.
-Ha dicho: «Todos los intelectuales deben ser progresistas!». Yo ya no sé lo que significa.
-Ser progresista es ver las cosas que están mal y tratar de cambiarlas. Económicamente no creo que haya mucha diferencia entre un partido político y otro, por más que se reprochen y se echen en cara lo mal que lo hacen todos. Pero en cultura esto es muy diferente: para unos, sólo se trata de un «minué». Para otros es un despertador que está sonando de forma inquietante. Ésa es la diferencia, en lugar de hablar de derechas e izquierdas.
-Si fuera hija de Federico García Lorca, ¿no desearía que le desenterraran?
-No. Si fuera mi padre, Justo Espert, estaría como una loca tratando de darle un final honesto a su cuerpo. Pero si fuera la hija de Lorca, no, por la utilización que harían como arma arrojadiza de sus restos. Hemos ido tantas veces a Víznar, le hemos recitado, le hemos cantado. Y creemos que está allí, sea verdad o no. Esa energía que hemos volcado es valiosísima.
Alberti, un máster de la vida
-Lorca, junto con Eurípides, ha sido uno de los hombres más importantes de su vida.
-Desde luego que sí. De ninguna otra obra he dado dos mil y pico representaciones como he hecho de «Yerma»
-Sin olvidar los más de cuatrocientos recitales con Rafael Alberti.
-Fue hacer un máster de vida. Duró 15 años de forma intermitente, y me dio la oportunidad de que me quisiera y de quererle. Me regaló muchos versos. ¡Fue un regalo del cielo!
-Medea, Bernarda Alba... ¿Cómo se quita uno esa piel y hace una vida normal?
-Yo no me llevo a ningún personaje a casa. Nos llevamos un «tipo de vida» según el papel que interpretamos. Los personajes modifican tu cotidianidad pero por el peso atroz de la responsabilidad, ya que son textos mil veces más grandes que tú.
-¿Verdaderamente hay pocos textos contemporáneos buenos?
-Creo que sí. No hay un autor en el mundo en este momento que sea deslumbrante. Los hay buenos, pero no son Ibsen, ni Tennessee Williams, ni Arthur Miller.
-¿Y cómo es eso de dirigir a Glenda Jackson?
-¡Sin saber inglés y con las mejores actrices de Londres! Que es como decir las mejores del mundo! Una locura irrepetible...
-¿Y era inevitable el paso de la dirección de teatro a la de ópera?
-Un paso de gigante. Salió bien y dejé de actuar mucho tiempo, pero fue maravilloso.
-Rodero aseguraba: «No es a mí a quien no le gusta el cine, es al cine a quien no le gusto yo».
-Nunca se sabe qué hubiera pasado. Si hubiera hecho «El último cuplé», con tanto éxito, la vida se hubiera encargado de llevarme por otros derroteros. Pero no fue así, y el teatro me acogió.
-¿Es verdad que tuvo una depresión fortísima?
-Cuando estaba en el Covent Garden. Fue como si me atropellara un camión. No supe leer los síntomas, ni mi familia. Estaba feliz, me trataban en Londres mejor que a la reina. Quizá el éxito me debió sentar mal como a los rockeros. No sé: el pánico, la ansiedad, la inseguridad...
-Ahora, amén del té, ¿cuál es su debilidad?
-El sudoku. Durante un tiempo hice «petit point», luego solitarios. Ahora me voy con la maquinita de sudoku incluso a la ópera, para los descansos.
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