Galicia
Magreb de pato
Es un clásico ya de la historia socio-política reciente de nuestro país que, cuando se vive en él algún momento de crisis, nuestros vecinos del sur desempolvan alguna vieja rencilla para meternos un poco más de presión en circunstancias tales.
Supongo que esa estrategia florece de una manera natural, básicamente, por ver si pillan algo o, al menos, por si consiguen sacar pecho un rato en casa aprovechando la tesitura. Fíjense sin embargo que, con la que nos está cayendo ahora (prima de riesgo, Familia Real bajo el foco del chismorreo, abordajes argentinos, desplantes ingleses en Gibraltar, etc.), nuestros vecinos del Magreb están más modosos que nunca.
Quizá, por fin, las relaciones entre Marruecos y España han cambiado irreversiblemente. Podría deberse a que gran parte de la población marroquí vive ya en España, en lugar de allí, lo cual aumenta la comprensión y la cercanía de puntos de vista. El autóctono marroquí es el italiano del mundo árabe: locuaz, extrovertido, cuentista, pertinaz, gesticulante, pícaro.
Estoy seguro de que no debe dejar de apreciar que por fin los funcionarios aquí hayan dejado de haraganear y se agiten en manifestaciones de estilo estudiantil destinadas a sostener la integridad de no se sabe bien quién. Marruecos, por su parte, ya no es aquel país que visitábamos de jóvenes y dónde el cuarto de baño era una obra de arte del sarcasmo.
Empieza a disfrutar de infraestructuras turísticas y a descubrir los placeres del pato WC. Ese es el cambio socio-político más importante que se da en toda sociedad de progreso (Galicia empezó a dar su gran salto adelante el día en que sus retretes consiguieron dejar de ser los que tenían peor fama de la Península). Fijémonos, pues, en esos detalles y seamos decididos. Si nadie nos quiere, busquemos nuevos aliados.
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