Barcelona

Diálogo y respeto por Mariano Rajoy

Con su visita este fin de semana y con su anunciada presencia el año que viene en la Jornada Mundial de la Juventud, Benedicto XVI habrá visitado España más que ningún otro país en sus primeros años de Pontificado.

 
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En esta ocasión el Santo Padre cumplirá con una vieja aspiración personal, convertirse en peregrino a Santiago de Compostela, y también culminará en este viaje una vieja aspiración de barceloneses, catalanes y españoles: la dedicación del templo de la Sagrada Familia de Gaudí.

Como nos recuerda el Arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, es la primera vez que un Papa en la historia de los Años Santos Compostelanos ha querido venir para hacerse expresamente peregrino. Se une con su presencia a los diez millones de peregrinos que este año han recorrido ese itinerario íntimo, ese camino de solidaridad capaz de sacar lo mejor de nosotros mismos.

En mi petición al Apóstol el mes pasado destacaba dos enseñanzas del Camino que querría repetir hoy: que ningún obstáculo es superior a la voluntad humana cuando esa voluntad está hecha de la suma de esfuerzos, aspiraciones y anhelos individuales y que la pervivencia del Camino de Santiago demuestra que no son los particularismos cerrados los que perduran en el tiempo, sino las empresas colectivas.

El Arzobispo nos recordó entonces que la política era una tarea noble y que el trabajo, la preocupación y los desvelos por el bien común merecen la pena si consiguen que la sociedad sea cada día un poco mejor. Yo estaré con el Santo Padre este sábado en Santiago para agradecerle su presencia con nosotros y para agradecerle las palabras de aliento que siempre lleva en su mensaje y que tan necesarias son en estos tiempos difíciles.

En noviembre del año pasado el Benedicto XVI se reunió en la Capilla Sixtina con más de doscientos representantes del mundo artístico y cultural. En ese marco excepcional les dijo que la belleza puede convertirse en un camino hacia lo trascendente, hacia el misterio último, hacia Dios y que el hombre puede vivir sin pan, pero sin la belleza no podría seguir viviendo.

No se me ocurre mejor introducción que esas palabras para celebrar el acto del domingo en el que el Papa dedicará el templo de la Sagrada Familia. La obra de Antoni Gaudí, tantos años esperada, pasará a convertirse, como el propio Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago, en un símbolo vivo del camino de la belleza que nos conduce hasta Dios.

Tanto en Barcelona como en Santiago el Papa, cabeza de la Iglesia Católica, es decir, de la Iglesia Universal, se dirigirá a nosotros en catalán, gallego y castellano para unirnos a todos de la misma manera que el Camino de Santiago une a peregrinos del mundo entero y busca aunar las diferencias para enriquecer el conjunto.

Toda visita papal representa una oportunidad preciosa para reflexionar en profundidad sobre las grandes cuestiones que nos afectan. En todos los países que visita el Papa congrega a decenas o centenares de miles de personas que acuden a escucharle, que se desplazan para verle pasar por sus calles. Personas que hacen un alto en sus ajetreadas vidas para plantearse, por encima de los problemas diarios y materiales, qué tipo de sociedad queremos y cuáles son nuestras responsabilidades.

El mensaje de Benedicto XVI, allá donde viaja, siempre tiene un hilo conductor común: el fomento del diálogo entre fe y razón en todos los ámbitos de nuestras vidas y la preocupación primordial de la doctrina social de la Iglesia por la protección de la dignidad única de toda persona. En su reciente visita al Reino Unido Benedicto XVI rezaba por una «creciente aceptación de la necesidad de diálogo y respeto en todos los niveles de la sociedad entre el mundo de la razón y el mundo de la fe». En esa misma visita ponderaba el «instinto nacional de moderación» del que hacen gala los británicos.

Creo que los responsables políticos debemos ser capaces de sumarnos a los miles de compatriotas que celebran la llegada del Papa y todos, creyentes y no creyentes, recibirle y escuchar sus palabras sin prejuicios y sin actitudes trasnochadas.

En mi petición al Apóstol Santiago señalé mi fe en la existencia de un deseo que vincula a los hombres y pueblos de España: el deseo de un sosiego en el que predomine el sentido común. Desde esa fe me quiero sumar hoy a la alegría de tantos por la visita del Santo Padre a España.