África

Libros

En los fogones de la revolución

Una docena de mujeres se encarga de alimentar a los rebeldes en Bengasi

Las mujeres de Bengasi se manifiestan a diario en un espacio aislado
Las mujeres de Bengasi se manifiestan a diario en un espacio aisladolarazon

BENGASI- Fatma Abderraman pela cebollas a gran velocidad, sin perder el ritmo, mientras Aisha Al Salam recoge con una escoba los desperdicios del suelo. Ésta es su manera de hacer la revolución, detrás de los fogones de la cocina improvisada que han montado en los dispensarios de la mezquita Ben Jatum, a espaldas de la plaza de los Juzgados. Una docena de mujeres, madres y esposas de rebeldes se encargan de preparar la comida y la cena para los compañeros revolucionarios, porque «una revolución no se puede hacer con los estómagos vacíos», bromea Sabila, otra cocinera.

Estas mujeres se pasan en la cocina desde el mediodía hasta la medianoche y ofrecen voluntariamente sus servicios. «Tenemos que preparar comidas para más de cinco mil personas», que se reparten entre el personal que acampa en la plaza y los edificios de los juzgados, hospitales y bancos, ahora en manos de voluntarios revolucionarios.

La dieta consiste principalmente en arroz con pollo o pasta con pollo, pero los viernes, el día sagrado musulmán, se cambia la dieta por kebab y kofta (croquetas de carne picada) con arroz, y también se empieza a trabajar más tarde. «Después de la oración repartiremos bocadillos de alubias», indica el «chef», Yusuf Fahari, e hijo de Sabila.

«Estamos orgullosas de nuestros maridos y nuestros hijos, de que hayan cogido las armas para liberar al país de la tiranía», asevera Al Salam, antes de emitir un grito muy agudo, que es típico entre las mujeres árabes cuando están de celebraciones. Al unísono, el resto de mujeres se pone a gritar y a dar palmas de alegría, al imaginarse cómo sería la vida sin Gadafi.

Ellas se encargan también de limpiar los espacios públicos como los alrededores de la plaza de los Juzgados y la fachada del Tribunal, cerrada con una celosía para habilitar un espacio reservado para ellas. Aquí, dentro de esta especie de jaula que a ninguna parece molestar –ya que la separación entre hombres y mujeres forma parte de su cultura–, se manifiestan las mujeres tras la oración del viernes.


Iniciativa femenina
Todas llevan pancartas, banderas revolucionarias y retratos de hijos o esposos mártires de la revolución. «Estas fotografías son sólo una pequeña parte de los crímenes de Gadafi», denuncia Unisa Ibrahim, ataviada con un velo que le cubre el rostro y una larga túnica negra. Fairus Nasaf, otra manifestante, explica que todas las mujeres de Benghazi apoyan la revolución. «Nosotras fuimos las primeras en manifestarnos porque queremos que Gadafi se vaya. Queremos que nuestros hijos crezcan en un país libre, que nuestos maridos no vayan a cárcel siendo inocentes. Estamos hartas de 41 años de Estado policial», denuncia Nafas, que es abogada, y cuyo esposo pasó un año y medio en la cárcel en 1982 por ser activista político.

En cuanto al rol de la mujer en Libia, considera que «nosotras tenemos, incluso, más derechos que los hombres». «Las mujeres podemos trabajar. Hay mujeres abogados, médicos, profesoras», abundó Nasaf.

«A todos los niveles, las mujeres están cumpliendo su labor como sea, entre las que cuidan a sus hijos y las que somos más privilegiadas y tenemos un nivel educativo mayor», explica Iman Bugaighis, miembro del Comité revolucionario del 17 de Febrero.

«Empecé desde el primer día con otras mujeres, pero eso no quiere decir que nuestro rol sea mayor que el de ellos. Somos una coalición. Hablamos con los medios de comunicación, tomamos decisiones conjuntamente y eso no es un problema. Somos un país conservador y musulmán. Pero eso no contradice nuestro papel en esta revolución», puntualiza. Respecto al temor de las posibles pérdidas familiares, no flaquea: «Nosotras animamos a nuestros hijos a que vayan, luchen y mueran por su país. Ellos son nuestros héroes», manifiesta Bugaighis.

También los niños tienen voz en la revolución: «Quiero que Gadafi se vaya, quiero libertad, y un futuro mejor», recita Abdel Rahman Muhamed, de nueve años, según el discurso aprendido de los mayores. Este niño, también voluntario, ayuda a limpiar las calles del centro y a traer comida y bebidas a las mujeres revolucionarias.