El oro esperaba a Nuria

Un campeonato malo para España es un campeonato inolvidable para Nuria Fernández. Eran muchos años de competición, con una maternidad de por medio, muchas carreras quedando a las puertas de las finales, o entrando en ellas «sin más», o viendo cómo sólo unas centésimas la separaban del éxito total. En el Mundial de Berlín, hace un año, acabó cuarta.

Pero el trabajo tuvo por fin su recompensa. Nuria se dejó la vida ayer en la última recta del 1.500. «A por el bronce», pensó en la curva. «A por la plata», un poco después. Pero iba avanzando y superando rivales: «Pues a por el oro, aunque luego me pasen». Pero nadie pudo con ella. «Llevaba quince años buscando esto y me llega ahora a los 33. Muchas gracias a todos los que me han apoyado, a los que me han aguantado», dijo después de haber enloquecido dando la vuelta de honor. Ganó con la mejor marca personal de su vida, muy cerca de bajar de los cuatro minutos. Y no podía parar de moverse por la emoción y porque ella es así. Sólo el himno al subir al podio la tranquilizó, y entonces aparecieron las lágrimas.

Detrás entró la francesa Dehiba y el bronce fue para Natalia Rodríguez, que aspiraba al oro y que se alegró casi tanto por su tercer puesto como por el primero de Nuria: «Llevamos toda la vida juntas». La rusa Almidova había lanzado la carrera rapidísima desde el primer instante, y lo pagó al final. No aguantó, no pudo con la bala roja que la pasó por un lado a toda velocidad. Eran muchos años de espera, toda una vida para conseguir la plenitud. «Ya lo tengo todo, ¿qué más puedo pedir?», confesó Nuria Fernández.

Fue el final de oro a una tarde que había calentado José Luis Blanco. «Hoy va a ser un gran día, va a ser un gran día», repitió a todo el que se cruzaba por su lado. Estaba confiado y sabía lo que tenía que hacer. Había que ganar la «segunda» carrera, porque la final de 3.000 obstáculos eran dos carreras: una, la de los franceses Mahiedine (oro) y Tahri (plata), que rompieron la prueba desde el principio. Otra, la de los demás. «He ido calculando», afirmó Blanco. Unas veces último, otras en medio del grupo perseguidor, pero siempre alerta, guardando fuerzas y dejando que el resto trabajara hasta el momento decisivo, el antepenúltimo obstáculo, el sitio marcado para acelerar y pasar la ría con ventaja. «Entonces el estadio empezó a rugir, casi se movía», narró el medalla de bronce, que corría en casa, con muchos de sus amigos en las gradas. Fue el empujón que necesitaba para no desfallecer.
Cruzó la meta, miró a la grada, cerró los puños y se colgó en el cuello una bancera del Barcelona. Hace cuatro años fue subcampeón, ha bajado un puesto... «Pero hay que ser realista, los franceses son muy superiores», analizó.

El resto de opciones de medalla en la jornada de ayer se fue esfumando. Doloroso fue el sexto puesto de Ruth Beitia, que sigue con su cuenta pendiente con las competiciones al aire libre. Tiene una medalla en sus piernas, pero se le escapa «No hay excusas, lo he hecho mal, no me lo explico. Pido perdón».

El joven Eusebio Cáceres no pudo repetir el espectacular saltó de la clasificación, los 8,27 que le hubieran dado la medalla de plata en la final de ayer. Se quedó en 7,93 y acabó octavo, un éxito con 18 años. Méliz no pudo ni entrar en la mejora.


España vuelve al 98
Las ocho medallas de España saben a poco. En Gotemburgo, hace cuatro años, la selección logró once; y quince en Múnich 2002. La actuación fue similar a las de Helsinki 94 (ocho metales) o Budapest 98 (seis). Los medallistas han sido veteranos, aunque ha aparecido alguna cara para el futuro: Cáceres, Marco y Kevin López.