Europa

Londres

Los enterrados de pie por Martín PRIETO

Con mi médica ejerciendo de baquiana, recorrí por una trocha de ripio el valle de los Comechingones (tribu india extinguida en las campañas del desierto; a tanto la cabeza del nativo) saliendo hacia el Este de aquella desolación lunar, rumbeando hacia Altagracia, donde fue enterrado Manuel de Falla y fusilado el marino francés Santiago de Liniers y Bremond, último virrey español en el Río de la Plata.

La Razón
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Trepando por las sierras de Córdoba, en el centro geográfico teórico de Argentina, alcanzamos La Cumbrecita, poblado tirolés cuya arquitectura recuerda la germánica del siglo XV. Hijos y nietos de los nazis escapados por la red «Odessa» y acogidos por el general Perón; hablando español, están educados en una fuerte cultura alemana, aunque del nacionalsocialismo no quieren hablar. En el cementerio, cientos de lápidas con inscripciones para nosotros esotéricas, incluso en caracteres rúnicos. El sepulturero fue más hablador: «Tenemos que cavar una barbaridad, todo el largo del cajón, porque exigen ser enterrados de pie». En un último acto voluntarista los oficiales de las SS o la Gestapo duermen de pie, como los caballos, dispuestos a cumplir la primera orden que les llegue sesenta y seis años de después que Hitler se suicidara en el búnker de la Cancillería.

Personajes como el noruego Anders Behring Breivik: un loco, un fundamentalista cristiano, un intolerante, un extremista de derechas…. Cualquier cosa antes de admitir lisamente que es un nazi y que el nacionalsocialismo ha dejado burbujas en Rusia y Estados Unidos, en Escandinavia y el resto de Europa, que el terrorismo islamista cubre como una manta sus intenciones renovadas.
En Nuremberg no fueron declarados dementes Herman Goering, Von Ribbentrop, Rudolf Hess, Hans Frank o el mariscal Keitel, y les dieron soga o perpetua. La matanza de Oslo y la isla de Utoeya es un ejercicio preescolar al lado de los crímenes del nazismo entre el 39 y el 45 del siglo pasado, pero como no estudiamos la Historia no sabemos quién fue Heinrich Himmler o Reynard Heydrich y lo más que nos suena es Adolf Heichman, el burócrata del Holocausto, o Joseph Mengele, el siniestro médico de Auschwitz- Birkenau. Los israelíes lo saben y ante los sucesos de Noruega no se confunden con fundamentalistas o derechistas, y llaman nazis a los nazis.

Mal Zapatero en Londres diciendo esas cosas tan de su carácter de que la intolerancia conduce al fanatismo y no al revés, que se corresponde con su aserto de que la tierra es del aire o que como sé que te gusta el arroz con leche por debajo de la puerta te echo un ladrillo... Pensamiento de todo a cien. Mal Rubalcaba sumándose al dolor de un partido hermano como el laborista. ¿Hubiera sufrido menos si en Oslo siguieran gobernando los conservadores? Bien González Pons poniendo al PP tras Zapatero acusado por el nazi de entregar Europa al islam. Zapatero, que cuando desciende del séptimo cielo hace cosas normales, como los demás, ha gastado mucho tiempo y dinero público para frenar las pateras en origen (Marruecos, Mauritania) y ha intentado controlar la inmigración con más aciertos que italianos, alemanes o franceses.

Derecha democrática
A Breivik debe sonarle Zapatero de las redes sociales de internet donde anida el huevo de la serpiente. Las declaraciones del invicto Tomás Gómez, jefe de los socialistas madrileños, sí pertenecen a un orate o un sectario acusando a Intereconomía de sembrar el odio que produce asesinos en masa y denotan que el PSOE necesita una cura de sueño para despertar entendiendo que en España hay una derecha democrática, ni siquiera neofranquista, que no se condecora con cruces de hierro. Tendremos todos mejor criterio si recordamos que en La Cumbrecita, a quince mil kilómetros de Europa, los nazis están firmes, aguardando, enterrados de pie.