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DISCURSO ÍNTEGRO DE ALFONSO USSÍA: La Infanta de la buena calle
Permítanme que mis primeras palabras se las dedique a S.A.R. la Infanta Doña Elena, que hoy honra a todos los que trabajamos y colaboramos en LA RAZÓN con su presencia. Honra a nuestro periódico, honra a cuantos aquí estamos, honra a estos premios, y de paso, aunque sea lo menos importante, me honra a mí. Si hay alguien en la Familia Real, además del Rey, que concite el cariño popular en su persona, ésa es la Infanta. La aficionada a los toros como su abuela Doña María y su tía tatarabuela la Infanta Isabel, a quien más la comparan. La que llora cuando ve a su hermano el Príncipe de Asturias de abanderado de nuestra delegación Olímpica en la primera Olimpiada, la de Barcelona 92, celebrada en España. La que fue sorprendida, calle de Ortega y Gasset rumbo a la Castellana, envuelta en una bandera de España, para recibir como parte del pueblo a los campeones del mundo de fútbol, la Infanta de la buena calle, que sabe cumplir a la perfección con sus obligaciones protocolarias y mantiene una callada, discreta y ejemplar vida privada. Gracias, Señora, por haber aceptado la presidencia de esta IV edición de los premios que concede LA RAZÓN con mi nombre, generosidad que nunca olvidaré.
El Premio a la Trayectoria ejemplar, que ya tienen escondido en el armario de los trastos inútiles don Antonio Mingote, marqués de Daroca, según recientísima decisión de S.M. El Rey, don Alfredo Di Stéfano, el mejor futbolista de la Historia, y doña María Dolores Pradera, la gran señora de la canción hispanoamericana, ha recaído, y nunca mejor dicho por el peso del bronce en esta cuarta edición en don Francisco Romero, Curro Romero, uno de los más grandes toreros que ha parido madre desde el siglo XVIII hasta nuestros días. El fundador de una religión, la currista, con decenas de miles de devotos fieles. El maestro de Camas que ha detenido, con su arte, el curso del Guadalquivir, el vuelo de los pájaros sobre los árboles del parque de María Luisa y el ajetreo de las gentes que cruzan el Puente de Triana. Torero de Camas, de Sevilla, de Madrid, de Ronda, de las plazas del norte, de todos los redondeles de arte y muerte que han tenido la fortuna de ver a don Francisco hacer el paseíllo en sus arenas. Estableciendo comparaciones y ajustes con la música clásica, he escrito y vuelvo a repetirlo, que si don Antonio Ordóñez Araujo, el rondeño, era el Beethoven de la tauromaquia, don Francisco ha sido Mozart, el genio imprevisible que en más ocasiones ha rozado ese espacio inalcanzable que separa las nubes del hombre de las emociones de Dios. Un torero único que recibe este premio el año en el que una parte fundamental de España, Cataluña, ha prohibido por motivos políticos las corridas de toros, como si el Arte, la Poesía, la Música, la Pintura y la Escultura, no sólo de España sino del mundo entero, se pudieran prohibir. Y recibe este premio, quien, además, es un personaje respetado y querido allá donde vaya, por su señorío, su sencillez, su modestia y su gracia.
El Premio al Español, en esta edición, Española del Año, se lo ha concedido el Jurado a Marta Domínguez, la mejor atleta española de todos los tiempos, castellana, palentina, seca, infinita y valiente como su tierra, triunfadora de una persecución inaudita y sorprendente, cuyos maquinadores y objetivos algún día conoceremos. Marta ha sido, es y será, pronto lo veremos, nuestro orgullo, el ejemplo de sacrificio y superación que lleva hasta lo más alto del deporte, la constancia y la alegría, y en las situaciones tristes e injustas, el dibujo limpio y claro de la entereza firme.
El Premio al Héroe del Año se entrega a toda una ciudad, representada aquí por su alcalde y el presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia. Se le ha concedido a Lorca, nuestra Lorca herida por un terrible terremoto, pero no vencida. La resistencia, el grado de colaboración, la lucha titánica contra los escombros que aún mantenían los gritos de la vida, la superación de enfrentamientos para unir los esfuerzos y la durísima prueba de la reconstrucción, hace a los naturales y vecinos de Lorca nuestros «héroes del año», nuestro orgullo común.
Y el Estudiante del Año, en una nación que cada día estudia menos y peor, le ha correspondido a don Jorge Guijarro, que ha logrado una nota media de 9,939. Un estudiante que tiene tiempo para todo y que reconoce que el estudio es un placer. Será matemático, y ojalá pueda desarrollar su sabiduría en España. No pienso caer en el tópico de decirle que el futuro de España está en manos de personas como él. Pero sí animarle con una comparación. Si quien le habla, que fue un pésimo estudiante, ha sido capaz de que le pongan su nombre a unos premios de este empaque e importancia, lo menos que puede usted conseguir, don Jorge, es el Nóbel en los próximos veinte años.
Gracias de corazón, Señora, por su presencia. A todos los que forman el cuerpo y la vida de LA RAZÓN y a los que trabajan para que este acontecimiento se cumpla año tras año. Gracias a nuestros invitados, que comparten la alegría de este día, y por supuesto, gracias y enhorabuena a los premiados que han enriquecido la todavía joven historia de estos premios.
Señora, los Premios «Alfonso Ussía» que concede LA RAZÓN tienen vocación internacional, y siempre finaliza el discurso del charlatán con un párrafo en lengua exótica o lejana, en homenaje a la diversidad cultural que en España no se produce cuando se prohíbe estudiar en español. Y este año, el idioma elegido es el zulú. Y lo que voy a decir en zulú se traduce de esta guisa: «Gracias Señora, por haber elevado la categoría de estos premios». «Anmagasotu, Gomá, tamé mofototu sung lakobé».
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