Murcia
OPINIÓN Sed mis testigos
La Ascensión de Jesucristo a los cielos, fiesta que hoy celebramos, pone delante de nuestros ojos que Jesús vivió en Dios. Es lo que sostenía su vida, era su ambiente natural. Por eso «vuelve» allí a terminar su existencia en la historia. Permanece en el ámbito en el que siempre vivió, y que no es otro que la intimidad de Dios. También nuestro destino es el cielo porque es, al mismo tiempo, nuestro origen. Volveremos al punto de partida -es el deseo de Dios para el hombre- pero si aceptamos, desde nuestra libertad, compartir la plenitud de la vida con Dios, que es Amor y Vida. Toda nuestra historia es un continuo tiempo en que Dios se nos hace presente y cercano invitándose a entrar en nosotros para darnos su naturaleza y su Espíritu. El problema es que, desgraciadamente, repetimos eso de que «más vale malo conocido que bueno por conocer», o que «el cielo sí, muy bien, pero ¡como en la casa de uno en ningún sitio!». Es decir, que por más que continuamente nos quejamos de la vida, los problemas… no nos atrevemos a dar el salto hacia la aventura de dejar a Cristo que nos cambie la vida y nos haga vivir por anticipado el cielo. No se trata de angelismos, de escurrir el bulto, deseando vivir entre las nubes del cielo. Es todo lo contrario. Quien espera el cielo y entiende que somos peregrinos hacia ese destino último, vive aquí sin apegarse, sin miedo a perder las cuatro cosas que no sirven más que para un breve tiempo y que no nos llevaremos con nosotros, vive libre ante todo y ante todos. Y se entrega. Y vive, además, deseando que los demás, los que queremos, también participen de ese mismo destino. De ahí que si en algún instante la nostalgia y el deseo de «estar con Dios eternamente» nos paraliza, necesitamos escuchar lo mismo que los ángeles dijeron a los apóstoles: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?...». El mismo Jesús les dice a los apóstoles qué deben hacer: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos... y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado». Jesús invita a la acción, a ser testigos, a dar gratis lo recibido gratis, a no dejarse inundar por la parálisis ni por el miedo. La Ascensión no aleja a Jesús de nosotros, «... y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Quizás tengamos muchas preguntas: ¿cuándo llegará el Reino que anuncia Jesucristo?, ¿en qué consiste?, ¿cuándo veremos la extinción del pecado y de la muerte?, ¿cuándo desaparecerán el orgullo, el egoísmo, el dominio de un hombre sobre otro, la alineación creada por el dinero o el sexo? En esta fiesta escuchamos la respuesta de Jesús: «No os toca conocer los tiempos y el momento. ¡Id y anunciad el Evangelio. Sed mis testigos!».
Luis Emilio PASCUAL
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