Roma
Pilares de civilización por Joaquín Marco
Hace ya tiempo que los organismos internacionales nos habían advertido sobre la solvencia de nuestras instituciones financieras. Bancos y Cajas de Ahorros (éstas ya extintas o en vías de extinción): pilares de nuestra civilización. El dubitativo Banco de España, que hubiera debido velar por la eficacia del sistema, indujo a lentas fusiones y aceleró algunas reformas. El anterior gobierno creó el FROB, pero no llegó al fondo de un sistema casi opaco, tan lleno de agujeros. La política nunca estuvo lejos del entramado económico y se sirvió de él para sus fines. Pero, también nuestros Bancos se globalizaron, se diversificaron y especializaron. Salieron al exterior. Quizá no todos lo hicieran correctamente y tal vez los supervisores tampoco estuvieran a la altura. Y ahí llega el terremoto de Bankia: una nacionalización que, tal vez, acabe en desguace. Rato no supo poner orden a la suma de desastres que se añadieron a la inicial caja madrileña. Pero en el rápido proceso de la toma de decisiones del pasado miércoles se echó de menos alguna claridad y un exceso de ambigüedades gallegas por parte de Rajoy. Nos hemos construido una civilización muy compleja, asentada sobre pilares históricos que no sólo sostienen lenguas, naciones, costumbres y formas de vida. También sistemas económicos forjados por instituciones que se remontan a un pasado lejano.
El origen de aquello que llamamos hoy bancos puede remontarse hasta los templos babilónicos, siguen en Grecia y Roma, auspiciados por sacerdotes y asentados en los templos; pero la banca moderna se afirma con el cambio monetario en la Edad Media y las Cruzadas y se torna moderna en las entonces repúblicas, hoy ciudades italianas: Génova, Florencia, Venecia y Milán. En el Reino de Aragón se creó ya en 1401 la primera «Taula de Canvi», embrión del que podríamos considerar nuestro primer banco. No estábamos, entonces, tan lejos de lo que hoy denominamos Europa.
Sin embargo, el objetivo original se mantiene: el Banco debe ser un organismo intermediario de crédito. Desde el siglo XVII, aquel dinero que se depositaba en lugar de pagar por tenerlo a buen recaudo comenzó a reportar dividendos. Y todo se fue complicando más y más. Las finanzas constituyen hoy uno de los pilares básicos de nuestra civilización occidental capitalista. Fruto de nuestro único y global sistema económico llegó a plantearse hace algunos años «el fin de la historia». Pero ésta se adapta, se modifica, se retuerce, sigue ofreciéndonos alternativas quizá menos radicales, pero determinantes. Nuestro sistema bancario, aunque no esté intervenido por la UE, se encuentra bajo estricta vigilancia. Parece ser que algunas de las instituciones financieras se prestaban entre sí, como signo de confianza, créditos que en buena medida, en nuestro país, se dedicaron a la construcción especulativa. Una auténtica locura cementera dicen que asoló el país. Tal vez en unos años pueda observarse desde otra óptica. Pero estalló la burbuja y, a la vez, los bancos estadounidenses –que hoy siguen siendo los más poderosos– dieron ya una inequívoca señal de que el sistema entero podía tambalearse si tales instituciones no se consolidaban. Durante más de cuatro años alardeamos de disponer de los mejores de Occidente cuando hasta los británicos nacionalizaban. El temor de los inversores, la globalización misma y la decadencia de las cajas nos han sumido en la crisis que nos agobia. Lo que ocurrió en Bankia a comienzos de esta semana, agitada por toda suerte de noticias, descalabros bursátiles y cambios, se había ya anunciado y, al margen de detalles y personalismos, no deja de ser otro síntoma de la imperiosa necesidad de consolidar de una vez un sistema bancario español, alejado de sus principios ortodoxos.
Porque su función, la de otorgar préstamos para engrasar la economía diaria, se ha visto notablemente disminuida. Los problemas que nos agobian son también financieros, pero los nuevos sacerdotes de la economía se debaten entre el desgarro social de los recortes del Estado del Bienestar y el crecimiento. ¿Quién alimentará este crecimiento?¿Quién ha de suministrar las vitaminas que fortalezcan el sistema? Se dice que las crisis son pasajeras y se perfilan modelos sobre las anteriores. Las instituciones, ideologizadas, no son ajenas al desconcierto general, al pesimismo de las clases medias, que sostenían el mal llamado estado del bienestar. Brotan en esta fugaz primavera los signos de facciones que añoran totalitarismos que dábamos por superados. La democracia misma corre serio peligro en países no muy alejados de nuestras fronteras. Porque el pilar bancario se coordinaba con un bienestar social que desaparece. El automóvil y la segunda residencia se borran del horizonte ante la perspectiva de perder el trabajo alimenticio o no lograr entrar siquiera en el mundo de la empresa. ¿Sobran estudiantes universitarios, técnicos, obreros y campesinos? ¿Sobra la emigración? El coste social, se dice, debe disminuir hasta lograr mayor competitividad. El edificio se tambalea. Pero tales movimientos sísmicos resultan pasajeros. ¿Alguien, algunos, bastantes admitirán responsabilidades? ¿Quiénes van a pagar el pato y quiénes lo están devorando?
Joaquín Marco
Escritor
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