Feria de Bilbao
A la novena llegó la crisis
- Las Ventas. 9ª de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de las ganaderías de Alcurrucén y el 1º sobrero de El Torreón, flojos y descastados, salvo el 5º, para apostar. Lleno. - Uceda Leal, de rosa y oro, estocada desprendida (silencio); estocada baja (silencio).- El Cid, de azul y oro, dos pinchazos, estocada (silencio); bajonazo (algunos pitos). - Miguel Tendero, de grana y oro, dos pinchazos, pinchazo hondo, dos descabellos (silencio); media, un descabello (silencio).- Parte médico, el banderillero Antoñares, de la cuadrilla de Uceda, sufrió una fractura de radio distal, pendiente de estudio radiológico. Se reduce bajo sedación.
Lo sabe hasta la legión de japoneses que cumple cada tarde con el estigma de pisar una plaza de toros una vez en territorio español: que se cuide mucho un torero de que le ronde en Madrid un toro bueno. Lo que ya hiere los cimientos, lo que destruye, lo que descompone, es cuando el inválido también deja al descubierto el valor domado, cabal... El coraje que sitúa al torero a años luz del resto de los mortales. La tarde de ayer nos dejó con el alma rota, herido el espíritu y el bolsillo resquebrajado ante la suma de engaños. Las medias verdades que en plazas de tercera pueden salvar la tarde y en Madrid se protestan con un redoble de tambor simbólico. Era aquello un espectáculo descolorido, en un blanco y negro sin sentido, intentando tapar lo que el toro descubría a golpe de aspavientos: los del torero. La corrida de Alcurrucén salía con la fuerza en el limbo, en el límite, qué digo, mucho más allá del límite. Rondaba la tarde por inválidos. Hasta el sobrero de El Torreón, que saltó en primer lugar, se sumó sin mucho sacrificio. Así, primero, primero bis, segundo, tercero y cuarto. Fin. En el caballo se habían justificado y ahí dejaron abandonada todo resquicio de bravura. Saltó el quinto y éste no quiso vérselas con el picador. Lo rompió El Boni en la brega; un lance que hasta fue jaleado, le enseñó a ir, hizo el toro hacia delante. Pareció que el subalterno quería decir a El Cid «mira cómo va, que tenemos toro». Suponemos, claro, al tendido no llegó ni palabra. Tenía que torear el astado, pero exigía, con genio, cierta violencia y la necesidad de apostar desde el principio. El pulso tenía las directrices marcadas. O tú o yo. No había dos ganadores posibles. Se fue al centro del ruedo, en un «dejadme solo» que nos hizo concebir ilusiones. Resurgiría El Cid. Ya veía yo el romance encendido. Le costó al sevillano mantenerse enjuto en la primera tanda, lo aparentó en la segunda y después, cuando en el paso hacia adelante llevaba escrito el triunfo, se quedó el torero a la espera, sin citar, deshaciéndose de toro cuando se le venía pidiendo guerra. Al hilo se desdibujó, se calentaban los ánimos, se agolpaba la difícil facilidad del pasado en la memoria. Ese mandar a izquierdas como si no fuera el pitón difícil del toreo y cuántas tardes llamando a la puerta grande sin miramientos. Madrid quedaba ayer desnuda de su torero, que fue consentido y querido. En su anterior faena, la del segundo, se tapó el diestro en un trasteo largo, extenso, eterno, vacío, justo, endeble... Más débil aún que la debilidad que tenía enfrente. Uceda, el otro torero de Madrid, al que se le espera como eterna promesa, decepcionó. La invalidez extrema de su primero, sobrero, le salvó. No hay lecturas ante lo imposible. Tampoco se quiso comer a nadie el cuarto, pero esta vez la faena resultó un baile. El corazón le falló para imponer quietud al movimiento. Miguel Tendero abanderaba la juventud, la ambición, y nos la quisimos creer en el sexto, que deshabitó la confianza de la mitad de su cuadrilla. Se quejaban de problemas de la vista. Transmitió el toro por abajo, tres cuartos de arrancada que quería participar en algo grande, pero la cosa acabó por quedarle chiquita. Por naturales encontró Tendero los pasajes más intensos al tercero. Le costaba iniciar el viaje y le quedó la faena deslavazada. En la novena llegó la crisis. Pero una crisis profunda.
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