Barcelona
El negocio del Papa
Un avispado tendero se quejaba días atrás con un punto de resignación de que Benedicto XVI no tiene tanto tirón comercial como sus predecesores Juan Pablo II y Juan XXIII, cuyas fotografías, estampas y recuerdos concentran todavía el grueso de la demanda popular. Para los mercaderes, en efecto, el Papa alemán no parece un buen negocio. Ni siquiera es, según dicen, una brillante inversión publicitaria para las televisiones, pues Ratzinger carece de ese carisma escénico que adorna a otros líderes mundiales, como Obama, capaces de ocupar varios minutos de un telediario sin que se resienta el anunciante de turno. Es verdad que su visita pastoral a Santiago y Barcelona, este próximo fin de semana, tendrá una repercusión económica nada desdeñable, equivalente a diez veces el coste del viaje. Sin embargo, vivimos en la sociedad del espectáculo y todo lo que no se ajusta a las leyes del show, desde la política hasta los negocios pasando por la filantropía, está condenado al ostracismo y el ninguneo. Lo que pita son las princesas del pueblo, las folclóricas en apuros, las historias truculentas de personajillos de medio pelo y los políticos mitineros que lo fían todo a un par de frases efectistas. Todo es tramoya y juego de planos. Es evidente que Benedicto XVI no reúne ninguna de esas condiciones y habrá quien piense que el Espíritu Santo estuvo de vacaciones el día que le eligieron Papa, porque de haber recaído la elección en otro cardenal con mayor dominio del tablado y de los focos el espectáculo habría tenido más impacto. Pero no es verdad. La fuerza y el atractivo del Pontífice alemán residen justamente en lo contrario de lo que rige en el mercado. Él no ofrece recetas para los próximos 15 minutos ni soluciones prêt à porter, sino rutas que cada uno debe patear con tiempo y esfuerzo. Pocos textos actuales hay sobre el hombre que puedan compararse a su encíclica sobre el amor, un tratado de humanidad cuya calidad no está al alcance de muchos pensadores. Lo mismo cabe decir de sus otras encíclicas, la dedicada a explicar los fundamentos de la esperanza y la relativa a la solidaridad internacional. Ratzinger es un cartógrafo exacto y fiable del alma contemporánea, cuyas mediciones y descripciones permiten orientarse en medio del ruido y la oscuridad. Al final, cuando el espectáculo se termina y las luces se apagan, lo que busca la gente corriente es alguien sólido en quien confiar y que le muestre el camino hacia sí mismo sin engaños ni atajos a conveniencia.Y en esto, Benedicto XVI sí es un muy buen negocio.
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