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Reforma laboral inaplazable
Con cinco millones de parados y cerca del 47% de los jóvenes sin trabajo y con escasas esperanzas de tenerlo, España no puede tener mayor urgencia que la creación de empleo. Y ésa es la meta que el presidente Rajoy fijó en su discurso de investidura y la razón de que emplazara a las organizaciones sindicales y empresariales a pactar un acuerdo sobre la reforma laboral y de que la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, despliegue desde entonces una febril actividad para conseguir el mayor acuerdo posible entre los agentes sociales. España no puede peder ni un minuto en cambiar la actual tendencia destructiva y en comenzar a crear empleo, sin costosísimos e inútiles experimentos al estilo del fracasado «Plan E». Por el contrario, urge afrontar de una vez por todas la reforma de la muy compleja legislación laboral española, que acumula normas desfasadas ya desde la llegada de la democracia y supone un lastre para la generación de empleo. La reforma del mercado laboral es además imprescindible para mejorar nuestra competitividad y permitir avanzar a las empresas españolas, obligadas a trabajar en un mercado cada vez más globalizado. Resulta inaplazable, entre otras cosas, favorecer la flexibilidad interna de las empresas, la reducción drástica del absentismo o incentivar la movilidad geográfica.
La urgencia que reclaman más de cinco millones de personas sin trabajo justifica la línea roja marcada por el nuevo Gobierno, que quiso tener un primer acuerdo sobre la mesa incluso antes de Reyes, y que está decidido a que la reforma se apruebe en el Congreso y entre en vigor en el primer trimestre del año. No había por qué escatimar un tiempo razonable ante la importancia del envite, pero siempre que exista una voluntad manifiesta de las partes por llegar a un acuerdo, y no convertir las negociaciones, como ocurrió con el PSOE, en una estrategia de marear la perdiz para culpar al otro del fracaso.
La ministra Báñez acierta al no quedarse de brazos cruzados y adoptar iniciativas como la de acudir personalmente a las sedes sindicales y a la empresarial para acelerar un acuerdo que parece ir por el buen camino, pero que no debe demorarse. La reforma laboral es una pieza clave en la salida de la crisis y dilatar los compromisos sería un nuevo insulto a las personas privadas de la dignidad de un puesto de trabajo. Si las partes no se avienen a sacrificar algunas posiciones el Gobierno asumirá la responsabilidad de imponer la reforma en el plazo previsto, aunque sea preciso afrontar una huelga general como las que han hundido a Grecia en un pozo sin fondo. España necesita una reforma de amplio calado, que elimine rigideces y disipe el temor de los emprendedores a incoporar nuevos trabajadores. La clave no reside en la liberalidad para despedir, sino en la facilidad para contratar.
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