Estados Unidos

El placer de gobernar

La crisis ha venido a desbaratarlo todo. Es lógico que Zapatero no la quisiera ver 

La Razón
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«Debe de ser muy grande el placer que proporciona el gobernar, puesto que son tantos los que aspiran a hacerlo», llegó a sentenciar el genial Voltaire viendo cómo sus más cercanos amigos llegaban a ser ministros del rey Luis XIV, el todopoderoso rey sol. Aquellos eran tiempos de absolutismo en los que la política era un ejercicio de cumplir caprichos. Aún no había llegado la revolución, nadie había planteado la separación de poderes, y el juego de la oposición a nadie se le había pasado por la cabeza. Ningún gobernante era golpeado por ninguna circunstancia como Felipe González ha dicho que se le nota a Zapatero con la crisis. Con la crisis, y con la soledad política. Muerto el rey sol, Voltaire criticó al regente y eso le valió la reclusión en la Bastilla por un año, y su posterior destierro. Pocas bromas. A los reyes, que entonces sí gobernaban, no se les notaba nada...Por eso en nuestros tiempos no alcanzo a comprender el placer que proporciona el gobernar cuando las cosas se tuercen. Más bien el Gobierno es un potro de tortura. Cierto es que Zapatero fue jacarandosamente feliz en la primera legislatura, haciendo tratos que luego deshacía, arrinconando a la oposición, silenciando a sus barones, tumbando a Ibarretxe, traicionando a Artur Mas, agarrando del brazo a los nacionalistas, creando el follón del Estatuto, manejando su Gobierno como el rey sol, ganando todas las elecciones... Pero ay amigo, la crisis ha venido y no sabemos cómo ha sido, a desbaratarlo todo. Es lógico que él no la quisiera ver. Que se apuntara a vislumbrarla el último, y eso que no intuía las fauces que la fiera traía. En esta legislatura, la que él mismo abrió negando la crisis, Zapatero ha sido golpeado aceleradamente por la debacle, como han reconocido Felipe González, sus socios parlamentarios y una ristra de barones autonómicos, es decir todos los que le ven de cerca, excepto sus ministros «obligados» a guardar silencio. Airado y cabizbajo, esforzado en sonreír sólo delante de las cámaras, no es de extrañar que tanta zozobra le juegue una mala pasada, que le traicione el subconsciente, que sea él mismo quien se traicione a él mismo. Ya no necesita enemigos. La angustia le presenta atormentado. «Mi gobierno es el que menos ha hecho por el crédito de España», ha llegado a reconocer en el Parlamento en un alarde no de la sinceridad que no practica, sino de un mayúsculo despiste. Por eso nunca dirá una verdad como ésta. ¿Qué aportaciones ha hecho su Gobierno a la imagen de España? Tan sólo la Alianza de Civilizaciones que ha coronado con la prohibición del burka. Política de zig-zag con los Estados Unidos, el eje franco-alemán, las dictaduras menos civilizadas y los tiranos bananeros... Al final del camino, la realidad –como ha dicho González– le ha traído deterioro físico e indigencia política e ideológica. Y no es para menos. No hay principios que vender, sólo seguir en el poder. Preocupado por la imagen y las fotos, tristes fotos, que hoy salen grises y borrosas. Viendo a Zapatero, Voltaire reformularía hoy su famosa sentencia.