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El pastor y los lobos por Ignacio Uría
Benedicto XVI llega a Cuba, un país que es una isla. Han pasado 14 años desde la visita de Juan Pablo II y muchas cosas han cambiado. ¿La más importante? Fidel Castro reina, pero no gobierna. La demencia senil no entiende de mitos. «Cuba está delante de un abismo», dijo Raúl Castro en 2009. Cuatro años más tarde, sigue igual. Sin democracia y con los precios desbocados (22% de inflación anual), inmoralmente embargada por los EEUU y con el trabajo escaso (1,5 millones de cubanos serán despedidos en dos años).
Por su parte, la Iglesia católica se debate entre el colaboración y la reconciliación. El cardenal Ortega lidera al sector moderado, que oscila entre las misas por la salud de Hugo Chávez y la construcción del primer edificio católico en 53 años, el seminario de La Habana. Gracias al cardenal fueron liberados decenas de presos políticos en 2010, pero los líderes laicos quieren más contundencia. Por ejemplo, Oswaldo Payá (del Movimiento Cristiano Liberación) o Dagoberto Valdés (director de la revista digital «Convivencia»). Ambos han pedido al pontífice que se reúna con la disidencia, solicitud que también le ha hecho Lech Walesa. Según Payá: «El Papa debe conocer la diversidad de Cuba y no sólo lo que el Gobierno permita».
Benedicto XVI sabe que los católicos practicantes apenas llegan al 2%, pero que su esfuerzo ha conquistado pequeños espacios de libertad. También que la sociedad está atemorizada, aunque le reciba con esperanza. Para los cubanos menores de 20 años será la primera vez que contemplen un acto católico de masas.
Cuba sigue en el ojo del huracán. En falsa calma, pero dispuesta a caminar hacia el futuro. Los cambios estructurales no son el objetivo de Benedicto XVI, pero sí son una necesidad urgente del pueblo que visita y de la Iglesia que lo recibe.
Ignacio Uría
Premio Internacional Jovellanos de Historia
por «La Iglesia y la revolución en Cuba» (2011)
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