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El síndrome de Papandréu
Cuando el jefe de la oposición era el arúspice del Gobierno utilizó despreciablemente a los «indignados» como si fueran piezas de ajedrez. ¡A dónde irá el buey que no are! Estamos en las mismas pero con heridos entre los manifestantes y los policías. Es el PSOE quien calienta las calles a la griega porque Papandréu cayó por la indignación popular a los pocos meses de haber ganado unas elecciones democráticas. Elena Valenciano, mientras, se entretiene con el feminismo de boutique que no tiene otro programa que el de echar al PP a los infiernos, aprovechando el lógico descontento que han de producir las últimas medidas gubernamentales. Ni siquiera esperan a que hierva el café. Toda la reforma gubernamental es contingente, puede ser o no. Al menos el Gobierno ha salido del autismo y las ensoñaciones. Pero es obvio que sólo hacia la mitad de esta legislatura podrá saberse si hay brotes verdes (pero que cursis son los de Ferraz) o cardos borriqueros. Nada podremos saber para mañana pero ya se han abierto las avenidas para buscar al menos un muerto. Como los sindicatos nunca se han ocupado de los parados quieren ahora quejarse de lo mal que viven los que no les pagan las cuotas. Se ha vuelto a oír en las calles españolas el hermoso himno anarquista de «¡A las barricadas!» pero en su versión lúdica de «¡A las mariscadas!», y te manifiestas, incluso violentamente, y acudes al tapeo. Yo creía que las revoluciones con cerveza sólo se hacían en la antigua Checoslovaquia. El caso es que ya todo comienza a empezar. No habrá oposición, sino un intento demencial de derribar a este Gobierno a los palos y en las plazas. La sombra de Papandréu planea sobre nuestro futuro inmediato. Hay desesperados como Rubalcaba, el peor responsable de nuestro socialismo, que cree que en dos años el presidente Rajoy tendrá que dimitir. Prefiero el amor griego.
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