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Otro príncipe desafinado por Andrés Merino Thomas

La Razón
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A punto de cumplir 33 años, Carlos Felipe de Suecia no se propone, o no consigue, dejar de desafinar en ese extraño concierto que interpreta con otros jóvenes príncipes europeos. Enrique de Inglaterra, Lorenzo de Bélgica, Pierre Casiraghi… Cuando la Prensa no cuestiona la conveniencia de sus compañías femeninas, la televisión debate sus fuentes de ingresos o tren de vida. El problema es que la crisis que atraviesa Europa, económica, política, institucional, ha clausurado ya, al menos para esta generación, la cuotas de «Enfants térribles» en las familias reales. No nos engañemos. Hace menos de una década, las mediáticas e independientes vidas de los independientes hijos de los independientes monarcas escandinavos eran parte esencial, para muchos, del paisaje extrañamente atractivo y envolvente del encanto de palacios y coronas, del poder mágico del oropel regio.
Suecia es un reino moderno. Por eso necesita el poder del ejemplo en sus instituciones simbólicas. Ningún artículo de su Constitución y su estricta Ley de Sucesión vigentes impiden al único hijo varón de Carlos XVI Gustavo y la reina Silvia pedir un préstamo para –digámoslo así– adquirir propiedades inmobiliarias. Pero cuando se es alteza real y tercero en la sucesión al trono, tras una niña con semanas de vida, la hija de la princesa Victoria, ya es bastante con que a la opinión pública se le imponga una operación de lavado de imagen de la joven de entretenido pasado que podría convertirse en la próxima nuera del soberano. Porque constitucionalmente, si quiere seguir tocando en el concierto, está obligado a seguir reglas.