París

Añorada Italia

La Razón
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No he conocido diplomático, periodista, religioso, científico, artista, estudiante o lo que sea, que después de permanecer durante una temporada en Italia, tras el abandono, no sienta una irreprimible nostalgia. Italia entra en el alma de todos los que la viven, y ahí se queda para siempre. Hay algo prodigioso en la bota de su mapa que imprime carácter. Italia es la inteligencia. Con el debido respeto, si la roca de Pedro se hubiese alzado en Oslo o en París en lugar de encontrar su sitio en Roma, la Iglesia católica sería igual en espiritualidad pero no en inteligencia. Italia es el arte, la música, la poesía, la piedra, el paisaje, el humor y el individualismo genial. Sólo un italiano es capaz de estafar a un griego y a un turco simultáneamente. Envuelve, razona y aguarda. Los italianos, contagiados por la cercanía del Vaticano, saben esperar. Su tiempo no es el nuestro. No hablo de la Italia decaída y emigrante, sino de la pujante y desordenada que hoy enamora. De ahí mi sorpresa por los italianos que la abandonan para enriquecerse y trabajar lejos de ella.

Un italiano es siempre un poco más listo que el otro, un poco más malvado que el otro y un poco más interesado que el otro. Ello les asegura el triunfo en el exterior. Y si el italiano carece de escrúpulos, no hay barrera que frene sus ímpetus de ganar dinero, aunque para ello tenga que infectar a la sociedad y las instituciones del país que le ofrece sus recursos. Me intriga el poder en España de Paolo Vasile, el virrey de Berlusconi en Telecinco. La inicial paradoja se da en Berlusconi. El multimillonario y conservador empresario y político italiano se forra en España con una televisión que quiebra todos los principios y valores del humanismo cristiano y el pensamiento liberal-conservador. Muy italiano.

Telecinco, en su nacimiento, estuvo dirigido por un genial rumano llamado Valerio Lazarov. Lo sabía todo de la televisión, pero le faltaba esa letra más que es la llave para conseguir el oro, el tesoro. Paolo Vasile tiene esa llave, pero cada vez que abre la puerta del tesoro una mancha de ignominia y podedumbre cubre a la sociedad española. Vasile no duda en humillar a nuestras más altas instituciones produciendo series que afectan directamente a la estabilidad de España. Sus retratos móviles de la Familia Real son sencillamente deleznables. No se atreve a hacer lo mismo –y argumentos le sobran–, con la vida cotidiana y casquivana del Primer Ministro de Italia. No lo hace porque es su jefe, y también por su reconocida italianidad.

Es preferible que se pudra el patio ajeno que el jardín propio. Vasile ha convertido la televisión del chisme en un depravado e indecente corral de necedad, calumnias y despropósitos. A Vasile, que parece un hombre distinguido, le encantan las chachas y los chachos. Por supuesto que la libertad es también patrimonio de Vasile, pero siempre que no roce, ni hiera, ni embrutezca ni manipule la libertad de los demás. Contrata a delincuentes como si de estrellas se tratara. Y la imagen que nos ha dado de la Familia Real resulta tan falsa e injusta como inaceptable. Su poder es omnímodo, y de ahí mi ofrecimiento como su próxima víctima.

Pero yo le animo a dejar de sentir la nostalgia y la melancolía que Italia produce cuando no se disfruta. Ya ha conseguido lo que se propuso. Ha triunfado en la gestión económica y ha llenado de basura a una sociedad que no es la suya. La adorada y añorada Italia le está pidiendo que vuelva.