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Igualar por abajo por Esperanza Oña Sevilla

La Razón
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La semana pasada, el ministro Wert, enfrentado a un sistema educativo absolutamente carente de nivel, dijo una gran verdad. Afirmó que los temarios de los textos, en determinadas comunidades autónomas, son responsables del crecimiento del separatismo en esas tierras de España. Yo comparto al cien por cien su razonamiento.
No se puede permitir que unos niños españoles estudien que España se sitúa al sur de Euskalherria, o que Euskadi limita con Francia y con España, o que Cataluña llega hasta Murcia. Ni se puede tolerar la imposibilidad de realizar los estudios en español. Es inaceptable que toda esa maniobra derive en posturas independentistas pretendidas de antemano, pero más inaceptable es permitirlo.
Mi experiencia cercana demuestra que necesariamente no vamos en la mejor dirección, que los distintos contenidos en los libros de nuestros alumnos no tienen por qué ser lo más conveniente. Con las leyes educativas actuales que amparan estas diferencias, no se han obtenido unos niveles académicos elevados que acrediten la persistencia de una apuesta fracasada.
Tal vez ése sea el quid de la cuestión. Puede ocurrir que el objetivo principal de nuestro sistema educativo no persiga la formación personal ni académica que posibilite a nuestros niños las más altas expectativas laborales de Europa. También puede ocurrir que no se pretenda, por fin, acabar con las mayores oportunidades reservadas siempre para las clases más pudientes. Es mucho más fácil e ideológicamente satisfactorio, asegurar el éxito en la igualdad por abajo y en la falta de ambición. Que esta elección conduzca al peor nivel educativo, puede resultar muy secundario. Lo prioritario ha sido marcar las diferencias.
Yo vivo en Fuengirola. En nuestra ciudad reside la mayor población de finlandeses fuera de Finlandia. En consecuencia, tenemos colegio finlandés. La calidad de la enseñanza pública de este país ha sido destacada en todos los informes internacionales de los últimos años destinados a evaluar el aprendizaje en las naciones que participan. Por tanto, realicé una visita al centro, ubicado muy cerca de mi casa.
Me interesaba fundamentalmente profundizar en todo aquello que los finlandeses hacían y que nosotros menospreciábamos. Me aseguró el director que, a diferencia de España, los niños de su país estudiaban exactamente los mismos contenidos en Fuengirola, en Laponia o en Helsinki. Me dijo que eso aportaba una solidez a la formación fuera de toda duda, que no se creaban agravios comparativos y que si un alumno cambiaba de residencia no sufría problemas de adaptación a otros textos y a otras prioridades. Me pareció muy lógico. Por ello, respaldo la decisión del Gobierno de España de incrementar los contenidos comunes.
Sé que algún lector ya puede estar buscando la coartada argumental. Cómo va a ser lo mismo Finlandia que España con las diferencias culturales que existen en nuestro país. En Finlandia, también. Gran parte de su población habla sueco, otra parte ha soportado el dominio ruso hasta hace relativamente poco tiempo y en el norte lapón habitan auténticos esquimales con una mentalidad muy diferente a los finlandeses que residen en la Costa del Sol. Pero, sin embargo, los niños finlandeses son todos educados con las mismas enseñanzas, idénticos contenidos y, lo más importante, con las mismas oportunidades.
Me dijo otra cosa que llamó poderosamente mi atención. Las clases de lectura se enfocaban con total libertad. Absolutamente lo contrario que se hace en nuestro país. En la biblioteca escolar tenían organizados los libros por edades. A partir de ahí, cada alumno escogía el que le apetecía, sin directriz, sin imponer autores ni obras. Lo hacen así hasta conseguir que se despierte la afición a la lectura. Finlandia es uno de los países dónde más se lee. El método parece ser, entonces, incuestionable.
Pero no rectificamos. En España continuamos obligando a determinadas lecturas previamente elegidas y que, lejos de provocar el interés del alumnado, consiguen su indiferencia o su rechazo. En nuestro país el hábito por la lectura es de lo más escaso, pero el adoctrinamiento es omnipresente.
Si es verdad que «la frustración española se sostiene sobre el afán de perpetuar lo establecido por mucho que ello haya acreditado su ineficacia e inconveniencia», nuestro afán de perpetuar el sistema educativo fracasado se ha convertido en una obsesión con daños irreparables.

* Esperanza Oña Sevilla es vicepresidenta segunda del Parlamento (PP) y alcaldesa de Fuengirola