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El hombre predecible
Mariano Rajoy es un hombre precedible. Eso dicen quienes le conocen a fondo. Quizá por ello sus decisiones son a veces sorprendentes. El nombramiento de Jesús Posada como presidente del Congreso lo ha sido; el de Alfonso Alonso como sucesor de Soraya, también. Ninguno entraba ni siquiera como número complementario en las bonoloto que se han venido manejando en los últimos días, y sin embargo, los dos podrían haberlas encabezado por la sencilla razón de que ambos son muy «marianos»: tranquilos, discretos y medidos; políticos serenos para una legislatura desquiciante. Lo predecible, a veces por serlo, se nos termina difuminando tras la muleta que despliegan quienes se preocupan y mucho de hacerse autocampaña. Es lo que tenemos los periodistas: que entramos al trapo. Lo de García Escudero, por el contrario, estaba cantado. Habrá que ver si su nueva condición de presidente del Senado le cura la fobia a dejarse entrevistar, o se la acentúa para desesperación de su gabinete de comunicación. La maquinaria de Rajoy empieza a funcionar. Hoy unos cuantos que aspiran a ser bendecidos con un ministerio, y a los que la portavocía del grupo parlamentario o la herencia del sillón de Bono les sabía a poco, respiran con alivio. Algunos estrenarán cartera la semana próxima; otros que se las prometen muy felices se quedarán con dos palmos de narices y con la inútil sensación de que se les ha pasado el arroz sin que el líder les haya hecho justicia. No es el caso de Posada y Alonso. Nadie apostaba por ellos a excepción del único que podía hacerles ganadores. Rajoy acaba de demostrar que además de tener clarísimo lo que quiere, no está dispuesto a forrársela con quienes dan por sentado que se merecen algo. No es un mal principio.
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