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En la palma de la mano
Fue hace algunos veranos. Conversaba plácidamente con un amigo que había sido durante varios años catedrático de economía en una universidad del sur de Estados Unidos y que ahora se dedicaba a asesorar a diversos gobiernos extranjeros con bastante éxito, por cierto. Lamentaba yo el rumbo que había tomado la España que a tanto llegó en el plano internacional durante los años de Aznar y, apenado, musité: «Estuvimos rozando con la punta de los dedos hacer, por fin, las cosas bien después de muchos siglos y se nos ha escapado». Mi amigo se apresuró a corregirme: «No, no lo rozasteis con la punta de los dedos. Lo tuvisteis en la palma de la mano y lo estrellasteis contra el suelo». Me invadió una lacerante sensación de amargura al escuchar aquella sentencia porque, si bien se miraba, no podía más que estar de acuerdo con ella. He vuelto a experimentar el mismo pesar al observar lo acontecido en la reciente cumbre de la Unión Europea. No tengo la menor duda de que Rajoy se esforzó todo lo que pudo por cumplir con sus obligaciones y tampoco discuto que hay gente en su equipo de primerísimo nivel, pero la realidad es que, con ZP saliente, España quedó excluida del grupo de bloqueo de la UE y arrojada a las tinieblas externas. Me consta de sobra que no podemos compararnos con Alemania, que es la nación que mantiene sujeta y convierte en posible la esperanza de una Unión Europea. Tampoco estamos a la altura de Francia, pese a quien pese. Sin embargo, Italia es otro cantar y lo cierto es que Italia sí se encuentra en ese reducido grupo mientras que España se ha visto excluida. Aznar logró –con un empecinamiento berroqueño que es razón más que suficiente para que pase a la Historia– que España tuviera en el seno de la Unión Europea un peso mucho mayor del que en justicia nos correspondía por población y por producción. Yo seré el primero en discutir su política de medios o sobre la reforma laboral, pero no hemos tenido un gobernante como él en el plano internacional desde el S. XVIII. Defendió los intereses nacionales con un arrojo inquebrantable que lo mismo dejó de manifiesto en Bruselas que en Perejil o en las Azores. Así podía haber seguido la situación de no ser por ZP y su recua de incapaces, con Moratinos a la cabeza. El mal causado es ya tan grande que, personalmente, no soy nada optimista en cuanto a las posibilidades de que nos recuperemos en décadas. Por el contrario, veo como muy posible que nos veamos de nuevo ubicados en la periferia de Europa como sucedió durante el funesto reinado de Fernando VII. Es doloroso comprobarlo porque la verdad es que lo tuvimos en la palma de la mano y lo estrellamos contra el suelo.
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