Hollywood

El espíritu de Tara por Lluís FERNÁNDEZ

La Razón
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Hay obras que nacen con el germen de su perennidad. Desde su estreno en Broadway en 1947, «Un tranvía llamado Deseo» no ha dejado de crecer como un cuerpo vivo, opacando cuantas obras se presentaron en los escenarios con pretensiones de inmortalidad. Su secreto es un secreto, incluso para Tennessee Williams, que no logró superarla con obras como «Dulce pájaro de juventud» y «La gata sobre el tejado de zinc». En principio está el personaje de Blanche Dubois, nacido para ser el eje central de la obra, pero tuvo que ser encarnado por la actriz Vivien Leigh en el cine para que atravesara la pantalla y se incardinara en la tradición melodramática de las heroínas trágicas de Hollywood. Era como si la señorita Escarlata irrumpiera, ya vieja y desquiciada, en la moderna Nueva Orleáns, ajena a la modernización de la sociedad, y se diera de bruces con un rudo y bello emigrante llamado Kowalski. Porque Kowalski es el núcleo, la fuerza vital que da sentido a la vida de dos hermanas que han encarado de forma opuesta el hundimiento de las tradiciones y su esplendoroso pasado aristocrático –el espíritu de Tara–, además de un catalizador para el lucimiento de Blanche. ¿Hubiera sido igual sin la portentosa actuación de Marlon Brando? Cada vez que se reestrena la obra sobrevuela la nostalgia de Brando, cuya interpretación ha quedado fijada en el cine sin que los años hayan marchitado su sexualidad animal gritando: «¡Stellaaa!». La irrupción de Brando trastocó la obra. En su estreno, la interpretación de Jessica Tandy no logró sobreponerse a Brando. Cuando Elia Kazán la llevó al cine tuvo que buscar a Vivien Leigh, que la interpretaba en Londres, para que restituyera el protagonismo de Blanche, logrando que obra e intérpretes coagularan en un todo inexpugnable.