Estreno teatral

Nochebuena

La Razón
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He tenido un trimestre de aúpa al final de un año peor. Cuando por fin han amainado un poco las tempestades, me he hecho café, sentado en el sofá y suspirado. Y hete aquí que no estaba contenta. Al contrario, una pena negra me agarrotaba el alma. Un no saber para qué lucha una. Un desear no sé qué. Una gran desproporción entre los anhelos y la realidad. Lo que no había sentido en meses me pasaba al final del combate. Hay quien me ha dicho que no tengo derecho a quejarme, que mire alrededor y piense en quienes están peor, y tiene razón, pero no me consuela. Por fin ha habido quien ha comentado que no tenía por qué extrañarme. Ese amigo me ha explicado que el hombre es, sobre todo, un deseo insatisfecho, y que es bueno darse cuenta de que uno es así estructuralmente, que está concebido para Otro porque, como decía San Agustín, «Nos hiciste para Ti y no descansaremos hasta que reposemos en Ti». Paradójicamente, sólo esta postura me ha reconciliado con mi pena. Sería trágico estar plenamente satisfecha, siempre, como los perros ahítos o los ficus bien regados. El ser humano está hecho para algo grande, infinito, algo que no tiene a mano ni puede darse a sí mismo y lo grita cada poro de nuestro ser. Bienvenida sea esta pena, que es antesala de alegría, especialmente en Navidad. La Nochebuena es el momento en que la promesa se hace carne, y conviene ponerse de rodillas y anhelar el misterio. Algún día lo veremos cara a cara. Todo nuestro ser lo advierte.