Cataluña
La hora del recreo
Hace unas semanas me encontré con un antiguo alumno de San Antón. Hacía décadas que nos nos veíamos, pero, de manera bien reveladora, trabajábamos en lo que pensábamos a los once años. Él era militar –coronel, por más señas– y yo escritor. Entre los recuerdos que afloraron en la conversación, mi otrora compañero de pupitre me contó que recordaba cómo mientras él jugaba al futbol en el recreo, yo leía un libro. Formábamos ciertamente a toque de silbato, pero el recreo era nuestro para pegarle patadas a un balón o leer «Los tres mosqueteros». Traigo todo esto a colación después de saber que nuestro Congreso ha decidido regular los juegos que tienen lugar en el patio de colegio para que no sean sexistas. ¡Siglos de oscurantismo tenebroso han llegado a su fin! ¡Cuántas muestras de progreso vamos a contemplar! Por ejemplo, a partir de ahora, los niños ya no jugarán al burro. No, de eso nada. En todo caso, será al burro y la burra, que, por añadidura, en el caso de la Cataluña nacionalista hablará en catalán porque, muy apropiadamente, el citado bruto se ha convertido en su animal simbólico y hasta totémico frente al toro bravo que, como todos saben, es un facha. Por supuesto, los niños se verán obligados a sumarse a los juegos con muñecas y cocinitas y es justo que así sea porque de esa manera aprenderán a compartir las tareas del hogar. Naturalmente, cabe la posibilidad de que algún varoncito estrelle la muñeca o el puchero contra la pared, pero semejante conducta –señal indubitable de que nos hallamos ante un futuro maltratador– debe ser reprimida inmediatamente porque luego los maliciosos machistas hablan del fracaso de la ley de violencia de género. Igualmente, resultará obligado que el juego del pañuelo establezca un sistema paritario que divida de manera simétrica el número de niños y niñas que participen y, sobre todo, de los que sujetan la prenda en cuestión, antecedente de tener la sartén por el mango el día de mañana. El juego del rescate deberá también experimentar sus modificaciones naturalmente amoldadas a los deseos de los nacionalistas vascos que no está el Gobierno de ZP volviendo a las andadas del pacto con ETA para que se le estropee la maniobra en un patio de colegio. Y, por supuesto, todas y cada una de estas actividades deberán desarrollarse en la lengua vernácula específica de la comunidad autónoma con exclusión tajante del castellano y bajo la supervisión de comisiones, observatorios y juntas de acción formadas por miembros competentes de los sindicatos mayoritarios y los partidos de la izquierda a los que se pagará generosamente por el esfuerzo dedicado a tan extraordinaria labor. Me consta que a los escolapios de San Antón jamás se les hubiera ocurrido algo semejante, pero es que en su experiencia pedagógica de cuatro siglos jamás tuvieron en sus filas a luminarias como Bibiana Aído o Leire Pajín. No sólo eso. A los terribles y represores clérigos jamás se les hubiera pasado por la cabeza coartar nuestra libertad en el recreo como ahora pretende la progresía. También es verdad que si alguien pretende conservar un átomo de libertad en la España de ZP descubre enseguida que no está el horno para bollos. ¡Perdón! ¡Perdón! ¡Que no se me ofenda ninguna miembra! Quise decir que no está el horno para pastelitos.
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