Pakistán
Masih: «Me siento muerto en vida»
La tristeza y la desesperanza conviven en este cuarto hacinado con las tres hijas y el esposo de Asia Bibi. La familia tuvo que abandonar su hogar en Ittanwali e instalarse en una claustrofóbica habitación de alquiler en una vivienda compartida en el barrio cristiano de Sheikhupura, una industriosa ciudad al noroeste de Lahore.
Todas sus pertenencias están guardadas en cajas o baúles apilados contra la pared para dejar espacio a dos camastros y una mesa con las patas de hierro oxidadas. Sus únicos ingresos son el escaso e irregular salario del padre, que trabaja como jornalero, y una pequeña ayuda de unos dos euros más, que, con un gran esfuerzo, les envía el hijo mayor cada semana.
«Cuando condenaron a muerte a mi esposa, dejamos nuestra propiedad por temor a las represalias», explica Ashik Masih, de 54 años, sentado en el borde la cama. «Me siento muerto en vida. Desde ese día, mis ojos se apagaron y sólo veo oscuridad. Pero tengo que seguir adelante por mis hijas», asiente el padre con la mirada perdida, esquivando su sufrimiento.
«Ni siquiera me dejaron entrar en la sala del tribunal cuando el juez (Muhamad Naveed Iqbal) dictó la sentencia de muerte a Asia», protesta el marido, antes de describir cómo la Policía le cerró el paso cuando subió las escaleras para acompañar a su esposa en el juicio.
Masih agradece el llamamiento del Papa a liberar de la cárcel a Bibi y el gesto del presidente Asif Zardari, que pidió a su Gobierno que revise la condena de Asia. Aun así, se muestra pesimista hacia el futuro de su mujer: «Sinceramente, he agotado las esperanzas».
Ashik comentó que sólo tuvo «un minuto y medio» para hablar con Bibi durante su primera visita a la Prisión Central de Sheikhupura, el martes 16. «Apenas pude verla a través de la celosía de metal que nos separaba. Asia me dijo: ‘‘Ahora, ¿qué va a pasar conmigo?''. Yo no pude contestar», recuerda angustiado.
Crecer antes de tiempo
A Sidra, la vida le ha hecho madurar antes de tiempo. Cuando aún no tenía los 16, se llevaron presa a su madre. Desde entonces, la segunda de las cuatro hijas de Asia lleva toda la carga de las labores domésticas y el cuidado de sus hermanas pequeñas, Isham, de 10 años, e Isha, de 12, discapacitada y sordomuda.
«Mi hermana mayor está casada y tiene un bebé. No puede ayudarnos porque tiene a su familia», se excusa la joven. Su madre le enseñó a coser y bordar, y cuando saca tiempo, hace algunos encargos para traer algo de dinero a casa.
Sidra es la más sentimental de las hijas y evoca a su madre, las palabras se atropellan en su boca y los ojos se le llenan de lágrimas. «Todos teníamos la certeza de que no la iban a declarar culpable». «Es tan injusta la condena. Dejar a dos niñas pequeñas sin el amor de su madre», expresa con tristeza, mientras detalla: «Limpié toda la casa y preparé una comida deliciosa. Estaba llena de energía y felicidad al pensar que mi padre volvería a casa con ella».
Entonces, para apartar el doloroso recuerdo de aquel día, se acerca al montón de cajas apiladas y coge un baúl que deposita en la cama. «Cuando me derrumbo, abro el baúl con las pertenencias de mi madre y recuerdo las cosas buenas», explica Sidra, abrazando un mantel amarillento con flores bordadas, que cosieron juntas. Como abejas a la miel, Isham e Isha van al regazo de su hermana y se ponen a mirar juntas las fotografías de Asia. Isha, al margen de todo, se muestra divertida ante el ajetreo en la casa y la presencia de periodistas.
La pequeña desconocía que habían sentenciado a muerte a su madre, lamenta Sidra que explica que «nuestra vecina –de la edad de Isham– se lo contó porque lo había oído decir a sus padres».
Isham tiene problemas en la escuela. «Le cuesta mucho estudiar», indica su hermana mayor, antes de ser interrumpida por la niña que le refuta a Sidra: «No es verdad, ahora estoy estudiando mucho y soy la primera de clase en decir la lección a la profesora». «Echo mucho de menos a mi madre y la comida que nos preparaba al regresar de la escuela», se apena Isham.
Un atisbo de esperanza se abre en el oscuro horizonte de la familia. La presión internacional y la implicación directa de Benedicto XVI que pidió la liberación de Asia Bibi, parece que está surtiendo efecto en Pakistán. El pasado sábado, el gobernador de la provincia de Punjab, Salman Taseer, visitó a Bibi en la prisión para que firmara una carta de clemencia, que ha sido traslada al presidente Zardari por el propio Taseer.
«Quiero dejar muy claro que estamos aquí para proteger a las minorías. No queremos que sean víctimas de esta clase de leyes», afirmó Taseer en declaraciones a la Prensa.
Sohail Johnson, coordinador de «Sharing Life Ministry Pakistan», se felicitó por la iniciativa que, a su juicio, «podría ser el primer paso para la liberación de Asia». «Ruego a Dios para que el presidente Zardari escuche la petición de la comunidad cristiana y le dé el perdón a Asia», declaró a LA RAZÓN.
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