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El nuevo Gobierno y la enseñanza

 
 larazon

Alguien se sorprenderá al leer este título, pues en los comentarios al cambio de gobierno nada se dice de la enseñanza. Y, sin embargo, algo se deduce del silencio.
Los socialistas intentan, y es lógico, ganar las próximas elecciones. Pero qué es lo que ha ido mal, política o personas, no se dice. Y eso que el gran cambio de personas es una admisión de que algo va mal. Posiblemente el cese en sus ministerios de Moratinos y Bibiana Aído es lo más fácil de interpretar: salirse de la línea pro-Castro-Chávez-palestinos etc., de la blandura con Gibraltar-Marruecos, de la línea del aborto, de su desconcierto en Economía les beneficiaría. Pero la tradición socialista pesa mucho, veremos si se atreven. En las fotos, todos o casi todos (y todas) sonríen de oreja a oreja, de qué ríen no se sabe muy bien.
Ya veremos. Zapatero pasa de una posición a la contraria, su política es una suma de políticas alternativas, siempre con optimismo, con sonrisas, sin excusas por los errores. Sólo hay sonrisas por el nuevo cambio: todo será magnífico, aunque no se explique cómo.
Pero ni de enseñanza ni de educación se habla. Y nadie comenta nada. Sigue el mismo ministro. Y conste que contra él no digo nada: prometió un pacto educativo, aquello quedó en nada. Y, probablemente, no por culpa suya, sino porque los socialistas no tienen recambio ni en ideas ni en personas. Si alguien tiene o cree que tiene ese recambio, se ve detenido por la vieja máquina ideológica, la que ha movido la política educativa desde 1970 hasta ahora. Es pecado tocarla, aunque sea puro fracaso.
Y eso que todos (salvo ellos) la hemos criticado. Buscaba extender la enseñanza, eso era sano, pero no hacerla decaer hacia la inanidad. Es crecer en alumnos, pero fundir todos los grados y abaratarlo todo: los contenidos, los exámenes y oposiciones, la disciplina, los aprobados. Los suspensos no cuentan. Todo es igual a todo (las enseñanzas serias y las otras), viva la enseñanza lúdica, el transigir con la incultura. Abajo las Humanidades. Abajo español, griego, latín, lo demás. Que el niño apruebe y basta.
Son los dogmas de los pedagogos, llevados de la enseñanza Primaria a la Secundaria y, ahora, con Bolonia, a la universitaria. Es el desdén por el conocimiento, el halago al niño y a sus padres. Qué saldrá de eso ya se verá, ya se está viendo.
Todo esto es conocido, pero es difícil arreglarlo si no se cambia de modelo, aunque siempre habrá el niño inteligente que se abra paso pese a todo.
Todos somos testigos de ese caos, que desmoraliza al profesor. Yo soy hasta profeta, cuando ya en el 84 publiqué aquel artículo en «El País» (11-XI-84): «La reforma del BUP, una amenaza contra la Cultura». Alguien logró colarlo en el periódico (luego cayeron sobre mí truenos y centellas). Y un dibujante puso la guinda: ¡unos obreros derribando con mazos una fuerte muralla!
Recuerdo cuando el ministro Maravall no quiso recibirnos a la oposición (Laín, Tovar, Fontán, Gil, yo mismo), íbamos a advertirle del desastre que venía.
Cuando me recibió su segundo (mis amigos no quisieron ir, se sentían humillados), a mi pregunta «¿de dónde va el niño a aprender algo?» replicó: «De las enciclopedias y la televisión», he descrito en detalle esto y mucho más en un grueso libro. Aprender, decían, no es lo importante.
Y he contado también cómo Solana, Rubalcaba y Marchesi cortaron, en alguna medida, escasa, lo más delirante. Al menos, se podía hablar con ellos. Algo quedó de Humanidades, pese a todo. Luego, tras el 2004, fue todo a peor, a más peor. Toda reforma de la reforma era reaccionaria, decían, nos arrinconaron a base de demagogia y de hechos consumados.
Luego, el ministro Gabilondo, un hombre culto, intentó sin duda racionalizar aquello, hablaba de un gran pacto social y político por la educación. Pero da la impresión de que la máquina socialista impide cualquier arreglo. Ya se ve: no tienen proyecto, triunfa el dogma del pedagogismo pese a su fracaso, no hay nadie con fuerzas para romper un dogma intocable. Eso es lo que significa ese silencio de que yo hablaba: que aquí hay sólo un programa. Nadie se salga de él, es intocable.
Y ahora, y es lo peor, casi todos los críticos abandonan, se sienten impotentes para detener esa marea inculta que viene creciendo desde el año setenta. Hablan como mucho de reforzar la disciplina, insisten en el fracaso escolar (¡pese al abaratamiento general!). Abominan de la famosa ciudadanía (una María que ya se cargarán los alumnos). Y eso es todo.
O sea: los socialistas reconocen no tener programa, sigue y crece lo mismo. En este ambiente, ¿qué hará Rajoy si triunfa? No lo sabemos. No me extrañaría que temiera ser tachado de reaccionario, que el problema se trasladara a la calle.
A los socialistas, en definitiva, no se les ocurre nada en educación ni enseñanza. Siguen en un utopismo fracasado. No se atreven a rechazarlo como rechazaron, por ejemplo, al Estado como patrono único. Callan, mejor no tocarlo. Éste es el secreto.