Murcia

Los nuevos gurús por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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He leído por algún sitio esta semana que los economistas han sustituído a los intelectuales como referentes del pensamiento contemporáneo. Habrá que decir que este reemplazo no se ha producido tanto por méritos propios como por una necesidad urgente: en alguien tiene que confiar la ciudadanía para explicar este apocalipsis económico que atravesamos. El problema, empero, es que, conforme avanza la crisis, las opiniones de los «expertos» se devaluan a la misma velocidad que la salud de nuestras fianzas, ya que cada vez son más las dudas acerca de que la crisis económica pueda tener una solución desde la economía.

En realidad, este «principio de sospecha» sobre el papel de los economistas en el momento actual no ha de resultar extraño, en la medida en que va de suyo que una situación extraordinaria como la que vivimos, que ha roto todas las variables de causalidad, no pueda ser «corregida» mediante recetas de manual. Lo aprendido hasta el presente no vale; y esto es algo que todavía tiene que asumir un sistema que permanece todavía en la perplejidad y en un estado de pensamiento completamente periclitado y carente de recursos novedosos y apropiados para afrontar las nuevas dificultades. Con el tránsito desde el «modelo – intelectual» al «modelo – economista» se ha producido, además, un hecho que, con el tiempo, seguro que e objeto de un análisis más refinado y preciso: me refiero a que se ha asistido a un cambio de escala significativo por el cual de la «micropolítica» –paradigma de estudio que ha prevalecido desde principios de los 70 hasta los albores del siglo XXI- se ha pasado a una estructura de percepciones «macro», que tiende a envolver con su manto extensiones conceptuales y físicas olvidadas desde la modernidad. Este aspecto, lejos de constituir un mero dato a computar en el haber de las tendencias teóricas imperantes, resulta extremadamente significativo, en el sentido de que supone admitir que si algo hay que achacar a los economistas es su falta de sutilidad y relativización de los problemas inventariados. La necesidad histérica de homologar todas las situaciones bajo parámetros reduccionistas de lo más violentos e injustos ha llevado a que, paradójicamente, muchas de las soluciones apuntas se hayan convertido en factores de agravamiento de los problemas existentes. Y así, desde luego, las cosas no pueden continuar.