Zaragoza
La fuerza de un torero: «Toreaba hasta las motos»
Juan José Padilla, enésimo ejemplo del férreo afán de superación de los toreros: «Volveré a vestirme de luces en 2012»
«El Ciclón, de pequeño, ya era un torbellino, toreaba hasta a los perros y por la calle daba muletazos a las motos con el saco del pan». Habla José Padilla, padre del matador de toros Juan José Padilla. Su brutal cornada en la cara en la plaza de toros de Zaragoza dio la vuelta al mundo hace apenas dos semanas. Una parálisis facial en el lado izquierdo y la pérdida de la visión de ese ojo como secuelas que reivindican la verdad y la dureza, en ocasiones ninguneada, de su profesión. Esta misma semana daba una nueva lección al sentarse delante de cámaras y micrófonos para mostrar a cara descubierta, con la herida aún fresca, su realidad, su verdad: «No guardo rencor al toro y volveré a vestirme de luces en 2012».
Un mono de trabajo al que comenzó a acercarse con sólo diez años. Dos antes que su padre, del que mamó el toreo y el campo. De casta le vino al galgo jerezano. Hijo de un novillero sin picadores al que, primero, el tifus y, luego, el asma cortaron de raíz su trayectoria. Padilla, como sus dos hermanos –ambos toreros de plata–, siguió sus pasos. Se enroló en la Escuela Taurina de Cádiz. Allí, su hoy ya difunto director, Rafael Ortega «El Tesoro de la Isla», lo sigue y apuesta por él desde el primer momento.
Pero fue en 1993, cuando la madera y casta de torero se pulió para esbozar un diestro forjado después, cincelado, en las corridas duras. Esa temporada, Padilla «se metió en el yugo», recuerda Diego Robles. Él ha sido su hombre de confianza. Su perenne ángel de la guarda. Un guardaespaldas cuasi familiar al que, precisamente, conoció también ese mismo año. «Lo vi aún de novillero, se vino a Sanlúcar de Barrameda para volcarse en el mundo del toro, era un chavalín abierto, lenguaraz y con desparpajo que quería ser torero, como tantos otros... Pero tuve ocasión de verlo en un tentadero y enseguida me llamó la atención una cosa: su tesón», recuerda ensalzando un espíritu de superación «al alcance de muy pocos».
«Por entonces, tenía fácilmente 15 o 20 kilos más que ahora mismo, estaba hecho una bolita, era muy propenso a coger peso; no algo exagerado, pero sí excesivo para una profesión tan exigente como ser torero... Pero se metió en el yugo, comenzó a hacer sacrificios, renunció a todo por su sueño, su físico cambió radicalmente y demostró que su voluntad mueve montañas». Una mentalidad que hace apenas una docena de días volvió a ponerse delante de Robles. «Siempre ha aplicado esa máxima en su carrera» y después de una cornada tan dura como la del pasado 7 de octubre, la fuerza de Padilla volvió a resurgir. La misma ambición que le llevaba a sacar tiempo debajo de las piedras para tentar una vaca: «Nunca le hacía ascos, fuera donde fuera».
Una filosofía de vida que ha quedado perfectamente descrita en dos palabras. «Fuerza Padilla». Escueto, pero rotundo, grito de guerra con el que el mundo del toro ha demostrado la firmeza sin zozobras que otros temas sí pusieron en entredicho. Ganaderos, empresarios, diestros que le llevaban sus medallas en constante peregrinaje hasta el Miguel Servet para ganarse el obligado jubileo de alentar al compañero convaleciente la mañana del mismo día en que luego pisaban el coso donde éste había derramado su propia sangre.
Pero, más allá del universo del toro, la afición hizo suyo ese «Fuerza Padilla». Lo abanderó en las redes sociales para devolver toda su propiedad a los toros. A su lado más amargo. A una familia con el alma contenida cada día que uno de sus tres toreros trenza el paseíllo. Su mundo en vilo, aferrado a la tranquilizadora llamada telefónica. Así, una tarde. Otra. Y otra. Pero, como en el pasado Pilar, la voz no siempre trae buenas nuevas. En el caso de Padilla, una treintena de cicatrices cosidas en su cuerpo. La más grave, la cornada en el cuello sufrida en los Sanfermines de 2001.
Insuficientes para hacer mella en el amor de Juan José Padilla por esta profesión. El pequeño torbellino, hecho indestructible Ciclón. Un apodo surgido de la pluma del crítico taurino Luis Rivas. Lo vio en El Puerto de Santa María y lo bautizó: El Ciclón del Caribe. Lo volvió a ver y lo retocó en honor al diestro de los años 50 Juan Antonio Romero –su nieto es hoy novillero–, el primer Ciclón de Jerez. Y así quedó. Inmortalizado en una furgoneta, la suya, a la que seguro aún le quedan miles de kilómetros con ese Ciclón dentro, camino a otra ciudad, a otra plaza, soñando con vestirse de nuevo de luces al día siguiente.
Vitamina B para otro milagro
Tras salvar su vida y recibir el alta hospitalaria, comienza una nueva lucha para Juan José Padilla. El diestro viajó hasta Oviedo para pasar por la consulta del doctor Fernández Vega, especialista en Oftalmología. Las primeras pruebas han descartado la pérdida del globo ocular. Padilla volverá al quirófano en cuanto baje la inflamación de su ojo para tratar el traumatismo de la córnea y la elongación del nervio óptico. Además, se le ha puesto un tratamiento intenso a base de vitamina B hasta la próxima visita dentro de 15 días.
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