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Puentes por María José Navarro
Les escribo desde mi retiro vacacional porque, efectivamente, yo soy otra de esos sinvergüenzas que se ha tomado el puente. Completico, redondito, entero, de punta a cabo, de cabo a rabo. Nueve días como nueve soles y todo por el precio de tres, que son los que me cuentan en realidad. Con un morro que se me puede atar con una manta zamorana estoy una semana larga sin pegarle un palo al agua pero, eso sí, con muy mala conciencia. Yo me podría haber quedado en casa poniendo como un trapo a los irresponsables que aún tienen ánimo, con la que está cayendo, para largarse durante el puente, trabajando incluso los festivos y así seguir acumulando días pendientes de disfrute, pero he preferido, ay, ir a ver a unos amigos. Dicen las encuestas que un setenta por ciento de los españoles está a favor de que estas cosas del asueto largo, y que nos dan tan mala fama, sean modificadas y peguemos los festivos al ladito de los fines de semana para que no sea posible tanta algarabía y para que se mejore la productividad. Servidora, desde la vidorra que se está pegando, asiente con la cabeza. Mejorar la productividad es esencial, como también lo es que los propios patronos cambien su idea sobre ese concepto, asociado hasta ahora de manera irremediable a las horas que echa uno en la oficina. Es posible que los países de nuestro entorno sean bastante más prudentes coloreando con rojo algunas fechas del calendario laboral, pero no es menos cierto que en algunos de ellos hay más vacaciones y la jornada diaria es más cortita. Y ahora les dejo, currantes, que la vagancia me llama. Ains.
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