Literatura

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El libro más raro

A la izquierda, William Beckford
A la izquierda, William Beckfordlarazon

Todos los que, por vocación o necesidad, leemos mucho y cargamos con una biblioteca que nos hunde la casa, tenemos algún libro raro y exquisito de nuestra elección. El mío tiene estas características que lo hacen tan notable: Éste es un libro cuyo autor es también un libro. Hay que conocer la biografía de William Beckford –uno de cuyos parientes directos era Raniero II de Mónaco– antes de leer «Vathek», su libro más fundamental. Beckford era un joven riquísimo, que sólo se ocupaba en divertirse, en escribir poemas, canciones y arias, comprando cuadros y bellos muebles exóticos, levantando torres tan altas que, al final, se caían por falta de más razonables cimientos; amando gráciles efebos y bellas primas con señorial desfachatez. Tan refinado y «caradura» –elegante transgresor de todo lo prohibido– que Brummel le tomó de modelo, como el del «super-dandy» que fue, sin que se vuelva a repetir un caso semejante al suyo. Nadie como él encarna al «gran señor esteta». El escándalo le acompañó toda su vida. Terminó levantando una especie de muralla china alrededor de una de sus fincas, para sentirse aislado del mundo. Con tanto dispendio, su fortuna mermó considerablemente, sin que podamos decir que se arruinara. El dinero gastado con ese loco refinamiento siempre deja un legado valioso para la humanidad inteligente. El de Beckford dio su mejor fruto en un libro de enigmática belleza y crueldad, surrealista «avant la letre», exótico, decadente, refinado... que es, ni más ni menos que la sublimación literaria de una juerga secreta y familiar.Porque –seamos sinceros– el arte no tiene moral, y otorga una extrema libertad creativa y de comportamiento que se salta fácilmente las trabas sociales, sin que las leyes normativas lo puedan evitar. Y más, con el dinero que derrochaba el joven soñador y libertino, William Beckford celebró una pascua en la que se confabuló con su prima y otro joven pariente, un efebo ambiguo –a quien llamaría Gitón– y otros amigos íntimos, para gozar de una fiesta secreta y libertina, servida por fámulos invisibles. Los tales permanecían en ámbitos separados y hacían subir mecánicamente mesas de festín o servían, por medio de tornos, toda clase de atenciones o peticiones a los secretos participantes. Una orgía exquisita, un juergazo descomunal durante una semana de encierro. Todos jóvenes, bellos, ricos y narcisistas. El triunfo estético del poder, la mayor diablura hedonista que podamos imaginar. El fruto alucinado y lúdico de aquella confabulación fue la redacción de «Vathek», un salto estético en la narración, influido por «Las mil y una noches», que le sirvió de trampolín. Y lo que más puede sorprender al lector informado es que un sueño libertino, materializado, dé pábulo a una fábula tan atrayente y enigmática, que es también evasión material de la felicidad misma. Un «más allá», que se honra con la definición de «arte puro».Para mí, lo valioso de «Vathek» es que no trasparenta los hechos transgresivos y privados que han estimulado su escritura, sino que dispara la imaginación y vuela más alto y más allá de toda realidad inmanente. La clave secreta que pudiera contener el texto, con relación a lo acontecido, es indescifrable. Sólo nos consta la referencia al ambiguo efebo, que personifica a Gitón. Todo cuanto ocurre en dicho relato es una sorpresa de tipo kafkiano, que da por normales y cotidianos los tipos y las situaciones más «al límite», contadas con elegante impavidez. Un Islam inventado, que es modelo de belleza y crueldad, de un esteticismo implacable y de una libertad moral que pronostica la más reciente narrativa, a Italo Calvino, pongamos por caso. Ya los surrealistas habían consagrado y difundido esta obra, como clave secreta de sus teorías, manifestada a finales del siglo XVIII.En todo caso, es el libro más raro que yo pudiera aconsejar. Fue un auténtico descubrimiento para mí, en la creencia de que el irracionalismo poético, enigmático y espectacular, de «Tristram Shandy» o de «Alicia a través del espejo» no tenían parangón. Y lo tienen en otro inglés excéntrico, en este maravilloso señor, William Beckford.