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Ilegal y engorda

La Razón
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La mayoría de los americanos condenados a muerte reclama un cigarrillo como última voluntad; con los dos pies en el cadalso, fumar será un factor de riesgo, pero a esas horas postreras parece claro que haber vivido acaba resultando más peligroso y mortal. Igual que, como dijo Nietzsche, el arte nos hace más soportables algunas crueles verdades, los vicios ayudan a suavizar la dureza de la existencia. Al ver la cruzada moralizadora de Trinidad Jiménez y su lucha falaz y administrativa contra el tabaco, desde aquí, en estos tiempos donde se propaga una epidemia de nervios rotos, se reclama la libertad para poder elegir placeres equivocados para el gusto de la burocracia: desde el tinto con sifón en adelante. Fumar acorta la existencia, pero si seguimos las estadísticas concluiremos que cada humano tiene una mama y un testículo de media (Dubner) y cada fumador, días de 13 horas. Los españoles hacemos banquetes en los bautizos, en las primeras comuniones, en las bodas; se da café y hojaldres en los velatorios. Se come en la alegría y en la tristeza. Es aquello de que no se puede fumar mientras se reza el rosario, pero fumando no estaría de más aprovechar el tiempo para rezarlo. Obligados a examinarnos bajo el implacable microscopio de la salud y la sofisticación de la ley, acabaremos cantando a coro la vieja letrilla de Pata Negra: «Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda».